Miguel Sánchez-Ostiz
La Fundación demandadora y chupadora de ayudas oficiales durante años y más años, la tumba del dictador convertida en lugar de peregrinación, la momia hecha burla televisiva… y el nieto, sobre todo el nieto, y con él, el abuelo. Hemos estado años viviendo tan ricamente sin tener un conocimiento más que episódico del nieto del dictador y ahora lo tenemos hasta en la sopa. De cuando en cuando el Francis aparecía en las noticias, relacionado siempre con alguna trapisonda o fechoría condenada a dar en nada, como cuando anduvo por Chile en asuntos «del hormigón», dijo él, del mismo modo que otros «andaban al humo», dejando un rastro de demandas y querellas que no sé muy bien en qué pararon. A Chile se fue para medrar bajo el ala de Pinochet habida cuenta de que cuando llegaran los rojos los «iban a correr». Medró Pinochet y lo hicieron los suyos, pero el Francis tuvo que regresar con el rabo entre las piernas. Además, llegaron unos que parecían rojos, pero no llegó el Potemkin, sino el arrebuche generalizado, y no los corrieron. Los rojos estuvieron muy ocupados, más que ahora incluso. De cuando en cuando le daban a la jarca Franco algún coscorrón, si eran demasiado descaradas sus andanzas, pero no pasaba de eso. Y el nietísimo salía aquí y allá, escopeta al hombro, de furtivo o de medio furtivo, habitual de esa revista de pensamiento que es el Hola. Hace unos meses, el Francis salió muy pero que muy bien parado de un caso de atentado a la Guardia Civil que a cualquiera de nosotros nos hubiese costado mucha cárcel. Estamos acostumbrados, nuestro fatalismo lo aguanta todo, como el pan aquel de los anuncios.
A la familia de Pinochet la justicia les ha quitado lo que ellos arrebataron a los chilenos, mapuches y no mapuches, a los Franco no, porque su enriquecimiento se hizo al amparo de esa cosa tan abusiva que es «la legalidad vigente», la que el abuelo fundó desde el mismo momento del golpe, en julio de 1936.
Pero el caso es que ahora el Francis nos aparece en escena poco menos que como un estadista, con astucias de trampero en lo relacionado con la tumba faraónica de su abuelo y soltando cosas como: «Mi gran preocupación hoy es el futuro de España. “¡Dónde vamos a ir a parar! Alguien tiene que hacer algo». Ay, carajo, me temo que para esto no estamos preparados. Porque lo grave es que burlas sobre siniestras veras, desde ámbitos cercanos a ese franquismo turbio y repulsivo, que tiene presencia institucional y capacidad jurídica, se han hecho llamadas no reprimidas al golpismo. Que lo hayamos olvidado o que no se le haya querido dar la importancia que tiene, es otra cosa. En una democracia avanzada (que tienen la cara de llamarla) eso no pasa.
Hace nada, los berridos, banderas, himnos fascistas callejeros eran cosa de cuatro gatos, ahora son algo más que cuatro gatos y aparecen por todos lados como referentes de una España de orden e imperio de una ley que les permite hacer lo que les da la gana. Por si fuera poco, el franquismo no resulta tan residual ni episódico en la medida en que tiene capacidad de accionar en justicia y de ese modo obtener una inmerecida presencia pública.
Por muy residuales que sean estos personajes –el Chicharro feroz que preside la fundación franquista lo mismo–, llama la atención el protagonismo de su presencia mediática –sustituyendo a la ya muy desgastada Pantoja de hace unos años–, pero relacionados no con las cucamonas de la gente guapa, sino con asuntos de verdad graves, como es la defensa efectiva de un golpe militar y la dictadura que le siguió, amén de llamadas a la violencia, algo a lo que asistimos a diario y con muy pocas ganas gubernamentales de acabar con ello.
Me gustaría sostener que la sociedad española del siglo XXI no se merece estos oficios de tinieblas, celebrados por quienes deberían estar fuera de la ley, pero el caso es que los tiene en el menú del día, cuando otros países europeos que soportaron dictaduras totalitarias hace tiempo que liquidaron aquellas, con todas sus rebabas, y penalizaron las farsas y mojigangas que tuvieron como objetivo ensalzarlas.
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Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (9/9/2018)
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