A Roque Taborda
Mi amigo Lucero me pide que escriba un texto para apoyar una muestra de cuadros que está preparando. Son imágenes alucinantes de un mundo que parece ajeno: son sirenas en danza perpetua en el corazón del mar. Son imágenes de un azul tan profundo que suspenden toda confusión y perforan toda oscuridad porque lo iluminan todo. Y, digo, parece ajeno ese mundo pero, ¿en realidad, lo es?
Estoy leyendo en el minibús, de ida y vuelta, Conquista de lo inútil, el libro-bitácora –librazo- que Herzog escribió mientras rodaba Fitzcarraldo en la selva peruana, recién comenzados los 80s. Son imágenes alucinantes de otro mundo que parece ajeno: es un hombre envuelto en su propio laberinto existencial, disparando polisémicamente a mansalva, en medio de ríos e historias tumultuosas, atardeceres que deslumbran, pájaros que hablan. Y, digo, me digo, parece ajeno ese mundo pero, ¿en realidad, lo es?
Recuerdo algo que recuerdo siempre, esa máxima romana, esa que dice que si soy hombre, nada de lo humano, me es ajeno. Y la remato mentalmente con el epígrafe que usé para el texto del catálogo de Lucero, eso que escribió el poeta Eluard, eso que asegura que hay otros mundos pero que están en este mundo.
Otros mundos nuestros mundos: nada es ajeno. Ni las sirenas que aguardan en el océano infinito, ni los barcos que trepan montañas en la selva. Nada es ajeno. Si la vives intensamente, si la vives sabiendo que es tuya, si la vives sintiéndola y con motivos y si te empeñas, eres humano, todo es posible y nada es distante, nada es en vano, nada es ajeno.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 22 de mayo de 2019
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