La larga risa de todos estos años


Vivimos. Sólo escapamos de la muerte. Vivimos y todo lo demás es temor, filosofía, pajas. No hay nada que desmienta que la luz del sol es la luz del sol. No hay nada que niegue que la noche es la noche, como ahora que la escribo. Tautologías, dirás. Y sí: si, al menos, asumiéramos ese límite, tal vez nuestro destino fuera otro. Pan-pan, vino-vino. El medio no es el mensaje. Demoramos cinco mil inútiles años en asumir lo contrario y así nos va. Después del fuego, la nada. O casi.

De ahí, y hablo por mí, el amparo de la historia. Yo lo busqué –no sólo en los libros, sino en la realidad real, ¡tautologías de nuevo pues! – y, gracias a los hados, lo encontré. Y fui tan feliz que me marcó para siempre. Es cierto: somos lo que buscamos. Divago, sobre lo mismo: si yo no hubiera leído el Mascaró de Conti pero si yo, de nuevo, no hubiese atravesado los mismos eriales que engalanan el libro, besado las mismas aguas, ¿de qué me hubiera servido leerlo?

La cultura occidental, en la que cual unos más, otros menos, pero todos, al fin y al cabo, condenadamente, somos NyCs en ella, es la tumba de todos los relámpagos, es la certeza de lo imposible.

Utopía es la enigmática palabra clave del Occidente. O si quieres paraíso –y en su versión desértica, la de Mahomet, que es igual. O más moderna: democracia. O la tecnología que nos inunda como conjunción dramática de todas las paradojas y de todas las pajas. Y aquí es donde lo tautológico desaparece, es elusivo, se difumina, agoniza. Dime: ¿cómo te amarras a todo eso? ¿dónde la raíz? Al pan-pan, y a la raíz-rizoma y así nos empezamos a ir, decididamente, al carajo.

Es que hoy, por eso es que escribo, compartiendo el pan con unos amigos, hablábamos de eso. Que el sexo, que la droga, que el rock and roll: años 60s. Allí tuvimos un faro y también un límite. Sigo hablando de la cultura occidental, por si acaso. Los mismos cañonazos que se disparaban en Vietnam contra la población civil indefensa, se dispararon contra esa juventud rebelde que agitaba y clamaba por un hasta aquí llegaron señores, Dueños del Mundo, hasta aquí los soportamos, pero ya nos los queremos más.

Y mezclo, y me voy al sur: el pueblo, que tanto amamos, no se volcó a las calles a proteger a los combatientes y a pelear, codo a codo, por esa Patria Socialista que también, tanto amábamos.

El sex, drugs & RNR del norte, para nosotros, fue la guerrilla. Los Rolling Stones eran los Montoneros. Crosby, Stills, Nash & Young eran las FARC. Los Beatles eran el M-19. El ERP era Jimi Hendrix o era Jim Morrison. El sandinismo era Bob Dylan y Joan Báez, juntos. Eva Perón fue nuestra Janis Joplin. Si miento, dime que miento, dime que no digo la verdad, tautologías forever.

Entonces, con toda la parafernalia imperial en contra nuestra –Allende era Timothy Leary, Torrijos era nuestro Neil Armstrong-, se fue todo, tácticamente, levemente a la mierda –nos mataron, nos desaparecieron, nos torturaron, pero había esperanza hasta que crac, bim, bum, bam: se cayó el puto muro de Berlín y el infierno dantesco –donde no hay ninguna- se cayó encima de nosotros.

Te digo una cosa, viejo: que la URSS implosionara, que la patria de Yuri Gagarin y la perra Laika se fuera a la mierda, yo no se lo deseo a nadie. Yo lo viví: nosotros nunca fuimos pro-soviéticos, aunque nos invitaron al ante-último festival mundial de la juventud que se hizo en Moscú –tengo una colección de estampillas que conmemora el suceso-, pero cuando la URSS desapareció, sentí que algo –algo muy profundo- nos estaban amputando a los pueblos, a todos los pueblos, al mundo entero.

Ahora yo lo veo a Mick Jagger que sigue cantando –por la gloria, por la plata, por lo que mierda sea- y lo veo a Putin y, hermano, yo lo quiero mucho a Putin pero me quedo con Jagger: él estuvo con nosotros cuando éramos unos niños.

Igual que Mao, igual que Perón y que Evita: éramos unos niños, pero ellos nos acompañaron siempre.

Ángeles de la guarda/ dulce compañía/ no nos abandonen/ ni de noche/ ni de día.

Mao, Perón, Evita: la larga risa de todos estos años
Mao y Perón, cantábamos: un solo corazón
Evita, si Evita viviera… cantábamos
Tal vez allí esté anclada la cifra y la piel del destino…
Evita es como María, como Juana, como Rosa, como Joan Báez y como Janis Joplin…
Evita es mujer.

Pablo Cingolani
Antaqawa, 28 de junio de 2019
Este texto está escrito bajo la guía de Nuestra Señora Madre de Guadalupe.

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