Bolivia, en el corazón y en la cabeza



Miguel Sánchez-Ostiz

Entiendo la alegría de aquellos de mis amigos que han sido opositores más o menos activos al Proceso de Cambio del MAS y de Evo Morales. Han sido muchos años de gobierno (también en Alemania y nadie dice nada), con logros y avances sociales innegables, pero bastantes errores graves –cuando menos vistos desde lejos– como la imposición de un nuevo mandato, el último; oscuridades –corrupción institucional y narcotráfico imparable–, «alcaldadas» y atropellos (las andanzas nunca aclaradas del ministro Quintana en sus feudos de Amazonía)… las cosas empezaron a torcerse y deteriorarse hace tiempo de manera imparable, y empezó también a cundir el descontento, bien es verdad que azuzado de continuo. El rumor de Fronda ha ido creciendo en calles, medios de comunicación y despachos desde hace años. Gregorio Iriarte me decía hace ya unos cuantos años que Evo no había hecho ni todo lo que podía ni todo lo que debía, y que debajo de la propaganda oficialista muchas lacras sociales seguían como siempre. Pero ahora me inquietan (por haberlo visto en algún momento de cerca) las furias callejeras, el odio desatado, el fuego como argumento, los linchamientos, los actos vandálicos, los saqueos, los asilos en embajadas, los militares «sugiriendo» dimisiones y poco menos que árbitros de la situación, la venganza y la revancha que un líder del momento que apoya los tumultos tras la renuncia de Morales, califica de «justicia divina». No me las doy de bolivianólogo y no voy a alborotar con lugares comunes y mucha ignorancia de fondo. 
No es golpe, dicen. No me lo creo, o no solo eso; como tampoco me creo la espontaneidad de las manifestaciones y bloqueos de calles y carreteras. Esto de ahora viene urdiéndose desde hace tiempo, las últimas elecciones y el precedente del referéndum han sido el detonante. Aunque visto desde lejos haya funcionado con una rara precisión de reloj de cuco. La estampida gubernamental es la de quien se siente seriamente amenazado.
Las furias callejeras me han recordado un ensayo, Paranoia aimara, de Oscar Olmedo, en el que se analiza la Caterva, ese movimiento furioso e imparable cuando es azuzado, autodestructivo, de ideología cambiante, y que se adueñan de las calles de Bolivia casi a fecha fija y no hay quien lo pare hasta que se apaga. Quien la azuza lo sabe.
Además, soy consciente de que lo que yo opine o cuente no interesa; ahora mismo u oficias de tribuno golpista y justiciero o de guerrillero de sofá y barricada en redes. Tomas partido aunque calles. Bolivia es la gran desconocida y hace daño leer las sandeces que desde España se escriben sobre lo que allí sucede. Ahora cunde el cruce de patrañas, la desinformación, la propaganda negra, el sálvese quien pueda y las trastiendas que desconocemos positivamente; además de las ganas de picota. No sé cuál puede ser el futuro inmediato de ese país que me apasiona, pero me inquieta, y me inquieta la suerte de algunos amigos que creyeron en el Proceso de Cambio y lo han sostenido hasta el final, a pesar de los pesares. Mesa, que de golpista no sé si tiene mucho, corre peligro de verse arrastrado por movimientos radicales poco claros y violentos, y de perder de ese modo legitimidad para postularse a la presidencia en las urnas. No soy adivinador del porvenir, pero temo, en todas partes, las políticas regresivas y reactivas, y las movilizaciones de las últimas semanas, tan populares, tienen trastiendas que desconocemos.

*** La fotografía es de Juan Quisbert.
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Texto publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (11/11/2019)

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