Confesiones de un soñador


Pablo Cingolani

He navegado sin tregua medio mundo tras un sueño que, en verdad, no sé cuál es


Fui perseguido por ese sueño: se enredó en los manglares de mi mente, hizo crecer arrecifes que me enfrentaron a mí mismo, me naufragaron, multiplicó las islas y cada una, se volvió un enigma, un sortilegio, un secreto, una causa


He penetrado ríos y selvas profundas, tan profundas como mi sueño: allí me acariciaban bellas mujeres en palacios de tenue mica y luz sideral, allí no mancaban ni la miel ni el vino, ese vino generoso que sólo premia a los victoriosos…al despertar, me consolaba con turbias ginebras y un mapa infame que le robé a un holandés


Si el monarca de las Guayanas me hubiese escuchado; si las corrientes de sotavento no atajasen mi nave esa noche atroz; si el eclipse del día de San Bartolomé no precipitase el desastre, yo no estaría aquí, en esta mugrosa taberna del puerto de…, anotando estas palabras


Pude ser el rey de comarcas desconocidas, de espléndidos mundos donde las ciudades de oro y ébano brillaran: eran igual que mi sueño, perpetuamente indefinibles, remotamente inalcanzables. En mi sueño, las tocaba con las manos, las recorría en su piel de ópalos de norte a sur. En mi fortaleza, los astrólogos me aconsejaban, los guerreros alistaban sus armas, los orfebres labraban mi nombre en medallas que relucían… era feliz en mi sueño


Ahora que asiento tanta confusión, recuerdo a esos piratas argelinos que se sumaron a mi tripulación: mi sueño era un buen sueño porque era compartido, dime, ¿a quién no se le antoja un templo de firmes columnas del más puro de los basaltos y donde se honre con devoción al dios universal? Dime: ¿Quién no ceja por volver a la casa de Adán o a la comarca de Eva y darle duro al aguacate, sin culpa, sin miedo, sin pedir perdón? Dime, dime también, pero dímelo ahora: ¿he sido un necio sin cura? ¿un iluso incorregible? ¿estoy orate?


Dedícate a la caza de ballenas, me decía mi padre, un hombre tan rudo que había sobrevivido a las guerras de Flandes y a las de Bretaña, que fue prisionero de los españoles y escapó nadando de su cautiverio, vete a Islandia, me decía


Audacia, me dije –recordando un antiguo libro que ese mismo padre me había obligado a leer. Y no, no me dije, ¿qué obtendría a cambio de la grasa y el aceite de los cetáceos? Prosperidad, seguro. Luego, una bella (y sumisa) dama. Luego, un rosario de niños. Luego, una panza sin nobleza y oropeles y agasajos del alcalde burgués y la seguridad de una tumba sin arraigo y el sermón del cura y la certeza de ser un fracasado, de no haberlo intentado jamás


Y fue por eso, por esa pesadilla islandesa y con olor a bacalao y con prole y sin fasto que me acosaba que me lancé a la mar, a las lejanías, a los horizontes, allí donde me conducía mi sueño, ese sueño que, en verdad, no sé cuál es, sigo sin saber cuál es, así la cerveza se derrame sobre este escrito, no se aclara, sigue enturbiándose en el fondo de cada sorbo, sigue elevándose con la memoria de cada montaña, cada huella, cada reino escondido, sigue perdido en los desiertos que atravesé


Y si hubiera muerto, si hubiera muerto en el intento, dime: ¿mi sueño me seguiría acosando como me acosa ahora, ahora que unos borrachos se derriban a palos delante de mí, delante de ese que soy yo y que escribo? Mi sueño, ¿cesaría conmigo?


Recuerdo con ardor cada mordida de escualo, recuerdo con placer el sabor del atún, recuerdo porque debo recordarlo al picor de las medusas, recuerdo una breve brisa, el dulzor de una guitarra, una inesperada carta que me llegó desde Cádiz –rescátame, me iré contigo-, recuerdo una noche en la mugrosa cárcel de Cartagena de Indias, cuando un viejo marinero me dijo: sabes, muchacho, tu fiebre es cruel y es insensata, ya no busques, sólo encuentra lo que hay dentro tuyo…se llamaba Pedro Miguel, era un alzado, atesoraba otro sueño, pero, ahora lo sé, él lo sabía, él sabía cuál era su sueño


Yo no


Mi sueño divagaba sin rumbo por los meandros de mi cabeza, mi sueño se trepaba a los médanos de mis ilusiones, mi sueño, el muy terco, iba de frente el muy osado y me vence, siempre me vencía…


Fue emocionante sentir que yo lo hacía, que también lo vencía, doblando el cabo aquel donde el sol doraba unas chozas que yo creí la ciudad perfecta, la ciudad ideal…en mi deseo, veía calles tachonadas de topacios y cedros y ónix y sabios venerables caminando por ellas; cuando desembarcamos y arribamos a esa aldea, sólo recuerdo la fiesta redentora que armamos con los nativos. Nosotros pusimos el ron, ellos el tabaco, la magia y la vida… ellos pusieron todo lo que, hasta ese momento, yo no sentía


Tal vez, ahora que anoto y rememoro, ahora que me inundan la ginebra y los recuerdos, siento que, tal vez, estoy siendo injusto conmigo mismo… siento que…


Siento ese calor abrasador pero que te liberaba de todos los demás sueños, los sueños que no debía soñar, los sueños que no sirve soñar; siento la bruma reveladora acechante en la costa, anticipación y aviso de la alborada del sueño, del gran sueño, siento a sus dueños, a los duendes del destino, siento a los cangrejos trepidar y hacerme cosquillas, raspando mis pies, siento a todas las libélulas, a cada grillo, siento el sabor del mango, su almíbar chorreando por mis labios, la piel crocante de un cuy, su carne, esa delicia, de mi mano a mi boca, tierna caricia


Siento todas esas veces y esas voces que anoté en mi bitácora: resiste, resiste, resiste…


Siento de nuevo a los pulpos y a las anacondas…


Siento el terror infinito que en verdad no sentí, salvo cuando casi me cortan una mano en Tumbes…


Siento que, si lo escribo, no me duele –un gato me mira, maúlla y me mira al pie de la mesa…ya amanece


No me duele haber andado y desandado detrás de un sueño que, en verdad, no sé cuál es


Juro por San Blas que siempre me protegió: no lo sé, nunca supe, cual es


Juro por las once mil vírgenes y por once mil vírgenes más, juro que ya, ya no me importa saberlo.


Pablo Cingolani
Antaqawa, 4 de noviembre de 2019
Todos los ecos juntos


[1] Manuscrito suelto, siglo XVIII. Hallado en la sección de libros raros de la Biblioteca Nacional de Portugal. Imagen: Tiempo áspero en Étretat, Claude Monet

Publicar un comentario

0 Comentarios