El abrazo


Miguel Sánchez-Ostiz

Falleció el pintor Juan Genovés, autor de una obra comprometida con lo social y la resitencia democrática, y de un cuadro de referencia titulado «El abrazo», que está entronizado en el Congreso de los Diputados, lo que no deja de ser ahora mismo un sarcasmo, porque lo que debería estar allí, a modo de recordatorio, es el duelo a garrotazos de Francisco de Goya. Sería más propio.

Resulta inaudito que una calamidad como la que estamos padeciendo sirva no ya para hacer campaña política, sino para atizar la discordia social y como pretexto para tumbar al Gobierno, o al menos intentarlo. No sé qué pensarán los diputados de Vox, y de otras formaciones políticas parlamentarias o extraparlamentarias, de ese famoso cuadro de 1975 que simboliza el abrazo entre gente que había padecido la dictadura y luchado contra ella y en pos de las libertades civiles y de la democracia. No creo que quien no respeta el resultado de unas elecciones, quiera abrazarse con aquellos que las han ganado, como no sea para aprovechar el momento e hincar la cabritera, porque de navajas cabriteras hay que empezar a hablar: no se trata de luchar contra una calamidad vírica, sino de derrotar al gobierno de coalición. A las propuestas concretas de esa inaudita oposición hay que remitirse.

Llevamos semanas asistiendo a testimonios de verdad turbadores de lo que ocurre en lugares donde el hacinamiento en viviendas precarias y la falta de recursos de sus habitantes son la norma, y en cuyas calles las colas del hambre se forman a diario a la puerta de centros religiosos o de imprescindibles movimientos vecinales, germen de una eficaz construcción social del futuro inmediato. Esto se habrá sin duda agudizado con la pandemia, pero viene de antes, por muy invisible que fuera.

Esta situación de incertidumbre, precariedad y de fragilidad social no parece impresionar a quienes en estos días salen a la calle a cacerolar contra el Gobierno actual, pidiendo libertad, nada menos que libertad, esa por la que no movieron en su día un dedo, al revés. Esa gente que se envuelve en banderas rojigualdas, arma bulla y berrea consignas necias, más patriotas que nadie, no protestó cuando se trató de la precariedad laboral, de los desahucios masivos, de la ruina del pequeño comercio, del saqueo de las arcas públicas y del chanchullo como sistema político, del llamado «rescate bancario» (que fue mayoritariamente de las Cajas de Ahorros), del desmantelamiento del sistema sanitario público… y etcétera, que es mucho.

¿Aplausos? Sí, en abundancia, pero sin olvidar que ayer mismo esos sanitarios que salían a la calle en defensa no solo de su puesto de trabajo, sino de la sanidad pública, eran apaleados y abucheados. Con desescalada o sin ella, esos sanitarios no pueden regresar al recinto hospitalario como si este fuera un campo de internamiento. Está visto que dependemos de ellos y que es preciso actuar en consecuencia.

Por otro lado, llama la atención el trato tan distinto que por parte de la Policía están recibiendo por su incumplimiento manifiesto de las normas de confinamiento los habitantes del barrio de Salamanca de Madrid y de otros barrios acomodados, si se comparan con las multas, detenciones y palos recibidos en otros barrios de la capital o de ciudades que han sido documentados gráficamente como auténticos abusos de autoridad. ¿Por qué guante de seda en un sitio y palo en otro? ¿Es cosa del Gobierno o de unas instituciones que hacen lo que les da la gana siguiendo la estela de una rancia tradición?

Está visto que hay una España de los desahucios, de las PAH activas e imprescindibles, de los despidos, de las ruinas de los más débiles, de la periferia que parece aguantarlo todo, y no solo porque no le queda otro remedio, sino porque, mal que bien, esa ciudadanía está demostrando tener una conciencia cívica y solidaria, por mucho que adolezca de niveles culturales de los que disfrutan otras clases sociales, gracias a sus ingresos.

Caceroladas y colas del hambre, acoso y derribo de un Gobierno en medio de una pandemia, errores gubernamentales no sé hasta qué punto evitables, acusaciones falaces, mentiras sin recato, desprecios, querellas, judicialización de la calamidad y de las tragedias, insultos rastreros… ¿Abrazos de Genovés? No lo veo y es lamentable, de una tristeza demoledora. ¿La nueva normalidad? Temible, de todo punto temible.


*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana, 17/5/2020

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