Rolando Cárdenas, poeta magallánico (Pesquisa y antología)


Miguel Sánchez-Ostiz
Rolando Cárdenas, nacido en Punta Arenas, Magallanes, en 1933 y fallecido en Santiago de Chile, en 1990. Vida azacaneada la suya. Muerto en la pobreza, de hambre dijeron. No sé. En sus datos biográficos abundan las pérdidas. «¿Cómo fue posible que haya muerto en el más absoluto desamparo en su departamento de calle Teatinos, horas después que Eliana?», escribirá Aristóteles España en 1993.  He buscado libros suyos en España y no he encontrado ninguno. Tal vez haya mirado mal, pero en el portal de la Biblioteca nacional de Chile,  Memoria chilena, he encontrado varios de sus libros.
Leo que su padre era un domador de potros chilote, de un lugar que puede resultar inverosímil, de Curaco de Vélez, en Chiloé: Ahora, si viviera, / de seguro saldría en su caballo / como un espectro bajo el cielo, / a contar sus estrellas, / a verificar las tinieblas. / Se detendría a observar las estaciones y sus rebeldes señales invariables: /"Seguramente lloverá mañana / porque las nubes han bajado sobre las montañas".
Cárdenas y la lluvia austral: La porfiada presencia de la lluvia / que danza agua sola hasta anegar el aireEl viento y la nieve en Punta Arenas, las galernas del estrecho de Magallanes. Tierra de Fuego y los Onas y Alacalufes, el Darwin, los canales, los chilotas y sus hogueras en la noche...  Los campos. Las alambradas: «La provincia blanca, como la llamaba Cárdenas Vera, es el lugar del silencio y del viento – de ese lado del mundo / donde el viento se levanta feroz en las noches / y en los lánguidos días– , el silencio de la nieve, es la embrujada blancura que penetra el corazón y que jamás podrás olvidar, como no se olvida el amor primero», escribió en 1997 Juan Pablo Riveros, cuando le hicieron un homenaje que no lo rescató del todo el olvido.
Y de Magallanes/Patagonia a Santiago, con mucha soledad y mucho silencio en el equipaje. En Santiago frecuenta la Biblioteca Nacional donde  se encuentra con Jorge Teillier que le avaló, sin ahorrarse críticas certeras a sus lugares comunes y  donde tomaría en las filas de la «sagrada hermandad vespertina de la Unión Chica», ese restaurante santiaguino donde Adolfo de Nordenflycht me habló por primera vez de Teillier. Vespertina y vinosa.  Teillier fue un prelado de esa hermandad. Quedan seis libros de poesía: Tránsito breve (1961), En el invierno de la provincia (1963), Personajes de mi ciudad (1964), Poemas migratorios (1974), Qué tras esos muros (1986), el póstumo Vastos Imperios (1994) y la obra completa de 1994 prologada por Ramón Díaz Eterovic.
Luis Sánchez Latorre en una de sus siluetas de Memorabilia (Impresiones y recuerdos)

 OVEREND (De En el invierno de la provincia)
Nada detrás de este silencio de roca,
detrás de estas raíces
que piden eternidad a una tierra que no existe.
y no descansa el aire doloroso y perfecto,
y la soledad detenida como un río del cielo,
distante y profunda
como el parpadeo de los planetas más lejanos.
Nada, sino pensar
en la ruta extraviada de los barcos
buscando ciudades en la bruma,
que a vece aparecían debajo de la lluvia,
o cuando el sol abría el horizonte
brillaban como la nieve en las tres agujas del Paine.
También el mar sin tregua está presente
con algo de humano y taciturno dentro de su bahía,
rodeado de una corteza petrificada y roja,
inexpresiva y poderosa
como el sueño de los que se ahogaron
lejos de la desvelada luz de los faros.
Y sin embargo, se suaviza su materia oleosa
cuando copia el vuelo de cenicientos petreles.
Al final,
más allá de lo que no ba transcurrido
y no conocemos, porque todo es más antiguo que el silencio, la noche y las aves obscuras se parecen,
existen ciudades de oro donde nunca se muere,
existe el agua y rocas manchadas por el musgo,
y una lluvia que vuelve a construir lejanías
en busca de buena tierra
para que asomen los bosques.

FANTASMAS
A Jorge Teillier
Han de venir de pronto
por una tarde llena de lluvia,
a esa hora en que el panteonero se levanta desde el N. O., en el antiguo cementerio,
para soplar por la bahía
y calles inclinadas donde no reinan las hojas.
La tinieblas caerán con frío
hasta hacer desaparecer las siluetas
de viejos pontones carboneros.
Y será de nuevo la infancia desvelada
en una pieza obscura, sin respirar casí.
Y toda la casa estará llena de ellos
y todo ellos alrededor de la lluvia
y del viento que silba en lo alambres.
Así transcurrían esos días
en una casa brumosa y encantada,
junto a una abuela tierna
como si fuera a nombrarla.
Cuando era fácil asombrarse
ante palabras llenas de innumerables secretos de los que alguna vez pasaron
por aquellos pueblos fantasmas
donde la muerte alejaba a los pájaros.
Sus voces los hacían respirar y moverse en las sombras alguna de esas noches
en que la luna y el mar se detenían
para resucitar antiguas leyendas chilotas
de barcos iluminados con extraños tripulantes deformes.
Así sucederá.
Porque me basta saber que el panteonero
se levanta de nuevo desde el N.O.
con aquellos que han perdido la memoria bajo la tierra
y me toca con una mano helada.

YO SOLO SE QUE VENGO REGRESANDO
Nunca fue mi tristeza más callada y tranquila
que cuando te encontré, viniendo desde el tiempo,
desde el fondo, desde años.
Siempre fuiste como una conjunción de principios.
Nunca, tal vez jamás,
podré tener esa actitud tranquila que tenía mi madre,
porque ahora soy otro.
Sólo el espectro es el que queda
con mi mismo ropaje,
con mis mismas palabras,
que buscan el oído, vacilantes.
Y es que no puede ser de otra manera.
Entraba por el alba como por una puerta
y me encontraba solo, hasta el alba siguiente.
Pero estaban mis libros,
unos, más queridos que otros,
que esperaban callados que yo los penetrara
con ojos de estudiante,
y ellos me mostraron el encantado mundo de las cosas.
Ahora que regreso,
hacia las mismas horas que un tiempo
me llevaron de la mano por mi infancia callada,
las encuentro como si nunca hubiera existido.
Y ahí está mi amigo el árbol,
y esa misma calle,
un poco encorvada por la lluvia y la nieve,
más allá tengo a mi viejo amigo el mar
siempre acariciando a mi ciudad tranquila,
y los cerros lejanos,
y la flauta del viento que danza en las veredas,
el rostro amigo,
y la mano y la boca que sonríen
como final de tanto tiempo ausente.
Pero no. No es posible.
Yo sólo sé que vengo un poco triste
y un poquito cansado
de tanto soñar con todos los crepúsculos que hoy toco con mis manos.
Pero yo te quería decir otras palabras,
y mirando esta tarde me fui por los ensueños y recuerdos como en una nave.
Yo siempre quiero penetrar las cosas
y ser como ellas son,
incluso, más sencillo que la canción del agua.
Pero cuando converso con mis manos
no puedo evitar estar un poco más callado,
que es un modo de mi tristeza,
porque nunca estoy seguro de nada,
ni siquiera que existo en esta tarde azul,
ni siquiera que estás a mi lado
en la actitud callada de una flor.
De nada estoy seguro,
y ahora lo confieso, era eso,
precisamente eso,
que está presente desde antes que te viera,
sobre lo que quería conversarte.
...pero, es la tarde, hay mucho sol,
tal vez, mañana el alba te lo diga...

REGRESO
Un día regresaremos a la ciudad perdida
como las estaciones todos los años,
como una sombra más en las tardes,
preguntando por antepasados
o por el río en cuyas aguas se quebraba el cielo.
Será en invierno
para revivir mejor los grandes fríos,
para ver de nuevo
el humo negro de los barcos cortando el aire,
para escuchar en las noches
los pequeños ruidos de la nieve.
Nos sentaremos a la mesa como si tal cosa
a probar el pan de otros días.
Un pájaro que cruce por la ventana
nos hará pensar en el bosque de pinos
donde el viento se revolvía furioso.
También preguntaremos por antiguos amigos
pensando quizás en el rostro de alguna muchacha.
Aún existirá el boliche
donde se reunían viejos campesinos.
Nos invitarán a beber y a conversar
asuntos que nadie olvida.
El tiempo no es más que regreso a otro tiempo.
"Todos nos reuniremos alguna vez bajo tierra".
Alguien nos reconocerá a la vuelta de la esquina.
Será como venir a saludar desde otra época.
[De En el invierno de la provincia (1963)]

BÚSQUEDA
 A veces es bueno abandonarse al propio olvido
como si el saber sonreírfuera más fácil que morder una fruta.Ir por las calles perfectamente solo,
sin más compañía que nuestra cotidiana tristeza y nuestros pasos,
amando una vez más la sencillez del airede la manera como se recuerda la infancia,o ese otro tiempo pulverizado
cuando se buscaban las primeras estrellas en las charcas.
Es bueno sentarse entre amigos y vasos
a observar como todos abandonan algo suyoen la música que los impulsa y transforma en seres sin huesos,
mientras la noche trepa por los muros
buscando también dónde esconder su espera,
y después salir hacia el alba
con un poco más para alimentar futuras soledades.
Es bueno comprender que estamos hechos de recuerdos,
un poco de tiempo que crece sin escucharnos
y de muchas cosas que no comprendemos.
A veces es bueno detenerse a contemplar la hoja que cae
cuando la palabra primavera
no es lo que nosotros quisiéramos que sea.

EN SUMA; TODO ES REGRESO
En el océano de esas noches
me detuve con mis signos, dispersándome
de aquellas colinas que han dejado de ser
(ahora deben estar pobladas de tejados rojos),
de la nieve sobre la soledad de los domingos,
de esa agua helada que nos ha rodeado siempre
y del fuego, que nos separaba del invierno.
Un tiempo definitivamente transcurrido y olvidado
por esa decisión
de esconderse cerca de este otro lado del mar.
Ahora era tu voz grave
como madera resonando levemente tocada,
tenazmente alejados de lo que no fuera ese secreto,
dispuestos a dejar atrás lo que nos había afrentado,
a rehacerlo todo en esa casa perdida bajo el cielo
en una alianza de pronto despertada.
El silencio también era un silencio lleno de voces
que con el sueño llegaba
copado con los sonidos ocultos de la noche y la tierra.
Sin duda eras un horizonte ausente
blanca y dormida,
la que no me oye en su humedad salobre
pero en un gesto repentino me acerca,
más que la espuma preparándose desde lejos
distante de tus ojos obscurecidos por la tarde.
Eras mucho más que el frío aire de la madrugada
que nunca logró penetrar en ese pequeño escondite cerca del mar.


EL HOMBRE COTIDIANO
Hay un gesto cotidiano que nos dice:
hay un modo de estar que nos delata,
y siempre el tiempo que nos recuerda quiénes somos.
Se nace una mañana empapado de alba
después de recorrer la infancia más remota,
después de volver del colegio
comiendo una naranja lentamente,
sin fijarse mucho si estamos sobre un puente,
sin ver apenas cómo alas dibujan el paisaje.
Nos sacamos nuestra máscara de sueño
para penetrar en el día. De pronto recordamos
que hay cosas que decir
sin importancia alguna,
copiar actitudes como ante un espejo
de una manera implacable,
para ser una vez más fantasma entre fantasmas.
Entonces nuestra tristeza nos recuerda
que alguna vez podemos herir el día con el grito,
para arrojar entre ruinas ese lento morir,
más breve aun que la luz en el agua.
Que podemos liberarnos de esas cosas antiguas
que siempre se suceden cansadas como siglos,
y que se puede resucitar la lluvia entre las piedras,
y siempre nuestro olvido,
sin necesidad de esperar las estrellas
para buscar en el diccionario la palabra extraviada.


ELEGIA DEL FUTURO SUICIDA
Yo hablo de la integridad
como si la palabra misma fuera indivisible,
o como si todo alguna vez no retornara a nada.
Pero esto no es así.
Llega un momento en que se acaba el sueño,
La mano ya no quiere aprisionar.
La flor se desploma sobre el musgo.
Los ojos quedan secos.
La caricia no existe.
Ni la palabra amada.
Ni el rumor que se levanta del saucedal frondoso.
Nada importa que el viento golpee en cada puerta.
Ni que la lluvia humedezca nuestro calzado y nuestra alma.
Ni que la abulia sea un buitre que devora a pedazos la esperanza.
Se quiere aprisionar la risa en el puño
como una mariposa,
pero ella se aleja hacia otros privilegios.
No quiere compartir el beso que la boca entrega en la ausencia,
ni el cuerpo que se da en la hora furtiva,
ni la palabra que impulsaría a conquistar el aire.
La soledad alzándose, infatigable planta,
va construyendo un clima de sonrisas enlutadas.
La memoria yace derribada por la astenia
en actitud de delirio.
Ni siquiera es capaz de crear el grito salvaje de la angustia.
La indiferencia penetra por la piel royéndola de a poco.
El asombro por lo que no creímos
se va quedando sólo en pesadumbre
que nos va señalando nuestra propia miseria resignada.
La alegría misma ha quedado derribada en algún rincón de nuestro propio
olvido.
La lengua no blasfema.
Está extática y sola.
A su lado está también la canción trunca
que en un principio pregonaba la fuerza.
El corazón se va quedando solo.
Solo en el día.
Solo en la noche,
como un grito abandonado y yerto.
Ya nada es demasiado indispensable,
sólo el aire.
Lentamente el cansancio va forjando su lágrima.
Todo es latir apresurado hacia el final,
porque en la hora dura no queda nada:
la pureza,
el tiempo del amor iluminado,
el beso antiguo
son casi dolorosa inexistencia.
Pero se llega al día límite
que nos espera como un muro infranqueable
despojado de todo,
que es una manera de mostrar la certeza.
También se puede sonreír al borde de la vida.
[De Tránsito breve, 1961]

PAJAROS SILBANTES
Pájaros silbantes son nuestras silbantes lenguas
que se exilian del rencor
bajo calmos tiempos desérticos.

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*Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (24/6/2020)

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