Concha Pelayo
Reflexiono sobre esas frases hechas que decimos de vez en cuando, como, por ejemplo: “Yo no necesito a nadie para ser feliz; o me encuentro muy bien, sola, conmigo misma” para llegar a no pocas conclusiones. Nos han bastado dos meses de aislamiento para percatarnos de cuánto nos necesitábamos unos a otros. Nos necesitábamos todos, aunque no nos diéramos cuenta. Necesitamos a los que conviven con nosotros, a nuestros vecinos, al que pasa a nuestro lado por la calle, aunque no sepamos quién es. Necesitamos a los que nos rodean en el supermercado, a los que hacen cola como nosotros; a los que están a nuestro lado en el cine, en el bar, en la iglesia, en un concierto. Necesitamos también a los miembros de una orquesta, al actor en el escenario, a la bailaora y al guitarrista en el tablao. Necesitamos a los amigos, incluso a los enemigos. Necesitamos al automovilista que nos adelanta en la carretera, al que adelantamos nosotros y nos pita porque hemos pasado demasiado cerca de su vehículo; incluso necesitamos al que nos insulta porque hemos cometido alguna infracción. Necesitamos todo esto porque somos animales sociales y nuestras actitudes forman parte de la trama social que hemos construido. Necesitamos los saludos, las palmadas, los besos, las caricias. Necesitamos el silencio, como necesitamos el sueño y los alimentos. Desde esta experiencia, confinados por el estado de alarma que nos ha privado de todo eso; pienso que necesitábamos calma, reflexión, quietud, parsimonia. Necesitábamos darle una tregua, un descanso a la naturaleza para que emerja de nuevo, para que luzca esplendorosa, sin humos, sin ruidos, sin contaminación. Al respecto, nos llegan testimonios de personas que viven en las grandes ciudades como Madrid que, de pronto, han descubierto el azul del cielo, sin humo. Que escuchan el trinar de los pájaros; que recorren la Castellana en bicicleta sin ruido de coches, casi en silencio, sintiendo solamente el deslizarse las ruedas sobre el asfalto. Todo esto me lo contaba mi hija hace unos días, emocionada. Me decía, incluso, que hasta le habían dado ganas de llorar al descubrir un Madrid nuevo y desconocido. Así, mientras la pandemia ha hecho que se depure la atmósfera, que se depure la vida; ojalá que también se depuren nuestros sentimientos, nuestras intenciones; ojalá que este tiempo de reflexión, de estar con nosotros mismos, nos haga más solidarios y compasivos. La empatía es la base para construir un mundo mejor. Tenemos que hacer que sintamos el sufrimiento de los demás como si fuera el nuestro; que veamos las necesidades de los más vulnerables como nuestras. No podemos volver la cabeza ante tanta desgracia; ni ignorar las injusticias, ni la discriminación, ni la xenofobia, ni el racismo. Se rompe el alma ante sucesos como el policía aplastando con su rodilla al negro Floyd. ¿Qué ocurría por la cabeza de ese verdugo mientras su víctima moría asfixiada? ¿Qué clase de educación recibió en su familia? ¿Cómo fue su infancia para que no demostrara un mínimo de compasión…? Creo que no hay mejor respuesta que esto: AMOR
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