Alzamos vuelo apenas cruzar el puente que llaman de Lipari donde añares era vado, barro y torrente y los arrieros mojaban alforjas ciruelas duraznos sueños y por allí subían hasta la ciudad que los despreciaba
La empinamos por una serranía arisca, verdeada de verano, pero arisca, sin tregua, y el sol rajando arenas, pieles, sapos, víboras
El ardor de pisar montaña, sin dudas, te invadía, la piedra te seducía, y rondabas tan cerca del cielo, tan alto, que casi acariciabas halcones y alcamaris, tan alto andabas que Huacallani, la quebrada, era una roja cicatriz anhelante y Chojo era una nave perdida y diminuta entre cerros y soledad.
Al final, la cordillera asomaría su blanco rostro, astillando el cansancio, estallando la alegría, derramando devoción, sólo posible frente a lo que más ama uno, allí donde no hay más que silencio y uno, ofrendándose, uno como en altar volviéndose canción, emoción, plegaria, uno y el viento, agradeciendo siempre, el hallazgo, el momento, la dicha.
Pablo Cingolani
Desde algún lugar, 6 de julio de 2020
Fotografía: "Morada al sur" de Pablo Cingolani
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