Las palabras (cuento)



 Márcia Batista Ramos

La casa fue un pequeño cuartel español que sirvió de protección y albergue para los Jesuitas de la extinta Misión de San Juan, cuando viajaban desde El Oro hasta la audiencia de Charcas, cargados del metal precioso, que explotaban en las minas de su misión, con la gracia de Dios y la sangre de los indígenas apresados en cualquier lugar y también a las orillas del río Grande, otrora navegable hasta la audiencia de La Plata. 

Después de la Republica la casa fue guarida de cuatreros, hasta que un palestino de pasado dudoso, los mató a tiros y se apropió de la casa que pasó a sus herederos, que un día derrumbaron la torre de vigilia para que la historia se olvide que existió un cuartel y cambiaron algunas paredes de tapial por adobes, la paja por teja y llamaron al antiguo cuartel y guarida de cuatreros de hacienda.

Los años y la historia corrieron a raudales, toda suerte de gente vivió y murió entre sus muros: por enfermedad, tiro o degüelle. Sus almas no pudieron abandonar el lugar y se acomodaron en los rincones oscuros para no molestar, otros en el sótano que sirvió de mazmorra y les es más familiar. Algunos se acercan a la puerta de la capilla, que siempre dejo abierta, por si quieran entrar. El caso es que convivimos como almas benditas que deambulamos en el mismo espacio. 

Por esas cosas del destino, esos encuentros que no sabemos explicar y para calmar nuestra mente llamamos reencuentros, ocurren con frecuencia. A veces, los reencuentros perturban tanto, que queremos negar los sentimientos que nos provocan, porque somos humanos con una única diferencia: ellos ya no tienen un cuerpo…

Otro día estuve sola en la casa y en la cabecera de la angosta mesa del comedor de diario, sentó uno de ellos, respirando profundo, como si tuviera las vías respiratorias cargadas y con la mirada inquieta dijo:

-Soy Dante. No el que escribió sobre “El amor que mueve el sol y las estrellas”. Soy Dante, el que no aprendió a escribir en la última vida y que vine cruzando el mar, muchas veces castigado en el carajo, porque no podía acallar a mis demonios… Después ande en lomo de bestia y camine mucho para llegar aquí y encontrar la muerte. ¡Ah! ¿Me escuchas? La muerte, estoy muerto. ¿Y tú qué me miras?

-No aprendiste a escribir y sabes un verso de Dante. Por eso, por un verso, llamas mi atención… Soy una simple mortal que se deja llevar por las palabras bonitas. Me gustan los versos. Recuerdo siempre los versos bonitos que llegaron ante mis ojos para iluminar mis días tristes, en los largos meses en que convalecía, en la adolescencia marcada por la enfermedad, la muerte y el miedo… Días grises que quedaron como una pequeña sombra en el resto de mis días. Un simple verso, me conmueve y no hace falta que venga de los labios de un poeta, si es verdadero puede ser de la voz de un agricultor o taxista. Si es verdadero…

-La verdad de las palabras no existe, amiga mía. No sea ilusa. El soldado, el agricultor o el poeta pueden decir las mismas palabras, empero, no podrás saber cuál voz es verdadera, porque nunca podrás saber lo que lleva en el corazón un hombre. Algunos, son falaces ilusionistas, que quieren arrebatar la gracia de un cuerpo y para seducir pueden decir los versos más dulces. Ya no eres niña para dejarte embaucar por simples palabras, expresiones vacías de sentimientos.

-Es que las palabras sirven para expresar los sentimientos… Las palabras cuando llegaban por medio de los libros, con formas, sonidos, olores y muchos colores, acercándome a otros universos, me permitían transportarme de forma maravillosa. Entonces cuando vienen de una voz sincera, me conmueven, me llegan al alma.

-Las palabras crean realidades y has de creer en la realidad que te plazca. Nunca sabrás qué voz es sincera, qué palabras son verdaderas o no, porque nunca podrás conocer la intención de tú interlocutor. Ya viví largos años en un cuerpo y muchos más años en la muerte, fuera del cuerpo y vi la gente hablar de amor y de sueños, hacer planes y construir una nueva vida apenas con palabras bonitas. Sin un gesto, sin la mera intención de dar un paso para concretizar el mundo ilusorio construido ante el otro. Solo palabras bonitas, jamás verdaderas, jamás sinceras. Como débiles sombras, como siluetas poco definidas y difusas… Hay palabras que expresaban un mundo de perfección que jamás existió, pero sirven para presentarse ante una sociedad que se fija en las apariencias, entonces pueden reflejar una relación familiar perfecta, amorosa, comprensiva entre personas que se aman y son unidas, cuando en verdad son un grupo de personas solitarias bajo un mismo techo, con sus vacíos insondables y llenos de miedos que no pueden comunicar, magnificando cualquier menguado tema a fin de sobrellevar la existencia frente a la sociedad… Las palabras son amigas fieles que nos acompañan desde la infancia hasta la tumba y más allá. A veces nos convierten en esclavos de algunas ideas. Otras veces somos hijos herederos de ellas. En el mundo caótico que habitamos nos han explicado que valemos más por lo que callamos, que por lo que decimos y es así que las palabras se hacen nudos en la garganta.

-Pero las palabras encierran realidades poderosas, llaves que abren nuestra mente e inyectan emociones, ideas y sueños.

-Correcto. Sin embargo, es lo que aceptas en tu mente es lo que quieres creer. Porque la verdad de las palabras del otro, no sabes. La magnitud de la intención con que el otro expresa sus sentimientos, no conocerás, solamente a través de una experiencia. Nunca sabrás si es real cuando un hombre te pide en matrimonio, hasta que se case contigo… ¿Me hago entender? Puedes creer en sus palabras, si quieres imaginar que son sinceras. Pero no puede saber si son sinceras, verdaderas como dijiste. Toda promesa es ficticia. Toda, incluso aquella que te inspira a hacer cambios en tu vida. El criterio de la verdad y de la sinceridad, antes de la experiencia, se apoya exclusivamente en el criterio del interlocutor. 

- ¿Acaso eso es malo? Para nada. Es, más al contrario, beneficioso. Todos tenemos eso que se llama buena fe y lo notamos cuando, nos encontramos con alguna persona que su simple presencia nos llena de alegrías y surge el Impulso que llamamos amor y a partir de ese momento hacemos planes y construimos otra vida juntos. Es algo genuino, es normal. Por eso las sociedades se forman alrededor de una familia y se sostienen.

- Se sostienen en base a palabras falaces, por el miedo a las palabras ajenas, por la presión social. No en base a la verdad.

-¿Pero, Dante, dime  cuál es la verdad? Me confundes con tanto escepticismo. No crees en las palabras, ni en la familia, tampoco en el amor. Si las palabras sean falsas o verdaderas, son la unidad de medida para todos los humanos, pues son nuestras palabras, cuando callamos o hablamos, cuando vemos o no, cuando nos negamos a oír o escuchamos, son nuestras palabras la única unidad de medida de la verdad que poseemos. Es la palabra que hace verosímil lo que no existe.

- ¿Con eso quieres decime que no soy verosímil? ¿Quieres decir que las palabras me hacen existir y ser verdadero? ¡Tu espíritu irrita los demonios! Porque ahora no poseo un cuerpo como tú… ¡Oh! ¿Quieres decir que no existo?

Hace unos días estuve desempolvando y de repente lo encontré entre los archivos de la memoria, hecho pedazos … En su mano derecha había un papelito doblado, escrito con una letra tan familiar que parecía la mía:

“Las palabras son apenas palabras cuando son pronunciadas por las personas comunes, empero cuando un poeta las articula, se vuelven máximas a los ojos de todos los mortales. Eso me confunde un poco, porque preferiría escuchar ciertas cosas de la gente que no sabe tejer un mar de ilusiones con palabras, tal vez, porque podrían ser más sinceras; tal vez, porque no abandonarían las palabras como muñequitas rotas a la vera del camino; tal vez, porque no me abandonarían como suelen hacer los poetas.”  


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Publicado originalmente en Inmediaciones. (13/9/2020)

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