Márcia Batista Ramos
Como nada es
casual en el planeta azul, Jorge Muzam (1972), escritor chileno, nació en San
Fabián de Alico, el “Nido de Parras”, la tierra de Violeta y Nicanor.
Licenciado en Historia por la Universidad de Chile. Es novelista y poeta. Ha publicado artículos,
relatos, poemas, crónicas y ensayos en diversas revistas y periódicos
americanos y europeos
Jorge Muzam,
como si se tratara de un Lermontov del siglo XXI, que ama a su patria, “¡pero
con un extraño amor!", con una actitud firme, sabe que todo puede y debe
estar mejor, por eso está insatisfecho con el estado actual de las cosas. El
tema de la patria en las letras de Jorge Muzam adquiere notas punzantes y
amargas, asociadas a la frustración de no poder corregir esa situación, sencillamente,
porque los políticos llevan las riendas de un país, no los poetas.
Así como Lermontov idealiza el pasado de su
tierra natal y el tema de la patria en sus letras adquirió notas trágicas, también,
Jorge Muzam analiza la realidad que le rodea, lo que ve y no le gusta, porque
realmente está mal. Jorge Muzam anota:
“Ni siquiera se trata de ferocidad capitalista
o desprolijidad socialista. Es la condición humana la que entreteje los hilos
de la injusticia y donde el exceso de ética actúa en contra de los que
anhelamos cierta igualdad (…)”[1]
Igualmente, la patria en la obra de Jorge
Muzam, está estrechamente vinculada a la imagen de la naturaleza, asimismo, a
la imagen de la sociedad que le corresponde vivir, que parece descomponerse y
le hace mirar hacia atrás en el tiempo y anota:
“(…) Debes
volver a los viejos, a la generación sacrificada, para encontrar cierta
tenacidad, honor y respeto. O al menos para mover la pala de un sitio a otro.”[2]
La rápida mirada
en el tiempo que hace Muzam, se equipara al mito del eterno retorno, modelo y
repetición en su movimiento ritual y cíclico en busca del pasado arquetípico,
donde la conducta de los hombres se inspiraba en la harmonía del hombre con la
tierra.
De la misma
forma, las letras de Jorge Muzam expresan lo que Jorge Tellier llamó de: “rechazo
a veces inconsciente a las ciudades, estas megápolis que desalojan el mundo
natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo.” Ya que Jorge Muzam, constantemente, reafirma
la tradición y la historia de la literatura chilena. Muzam es otro poeta de los
lares, que sostiene una búsqueda medioambientalista, se funde con la naturaleza,
en un retorno a lo originario del hombre en contacto con el mundo, como una
experiencia vital, no como una experiencia puramente literaria.
Si Jorge
Tellier, en cierta medida, fue un inspirado que tuvo el valor, propio de la
persona honesta y, supo prolongar su
brillante mocedad dentro de una atmósfera mítica que se constituyó, a partir
del árbol de la memoria encantada, fusionando dicha memoria con un poco de
nostalgia, de naturaleza con niebla y pájaros, entre otros elementos que
conforman la arcadia que sirve de escenario a su poesía lárica, Jorge Muzam, a
su vez, hipnotizado, por el embrujo de la alta cordillera del Ñuble, donde se
puede admirar el vuelo de los cóndores, conjuga el verbo vivir, mientras
escurre por su pluma la belleza y el dolor de existir.
La narrativa de
Jorge Muzam, contiene una prosa poética exquisita, plagada de bosques de
robles, avellanos y cerezos, montañas y cabras en busca del cielo, que derrama una
llovizna infinita, raras veces, cargada con copos de nieve, con el cerro
Malalcura (corral de piedra), visto a diario, desde la ribera sur del río
Ñuble… San Fabián de Alico conforma la arcadia donde se desarrollan las letras
de Jorge Muzam:
“Por aquí ya es
bastante invierno (…). Llueve con murmullo persistente. Ha nevado en las
cumbres. Las escampadas tienen rumor de viento norte. El musgo se apodera de
las piedras, de los estanques, de los troncos viejos. El río Ñuble vuelve a
adquirir la prestancia y el rugido de un río sureño. Despierto temprano,
incluso en día domingo, es una conducta propiamente campesina que suele
acompañar toda la vida. Café para espabilar mirando por la ventana el
Malalcura, comprobar que sigue en su sitio. Que la historia previa no fue una
ilusión ni menos un sueño de Monterroso. Mis ingredientes para vivir suelen ser
imaginarios. Posibilidades y recuerdos que interactúan en una novela inédita,
incongruente, circense por defecto. La soledad fantasmagórica de la cordillera
exalta mis quijotismos. Si tan solo Doré pudiera dibujarme. Mi cabeza es un
Saturno anillado de esqueletos, cañones sin pólvora, generales rusos
dubitativos.”[3]
Jorge Muzam, en
su narrativa, presenta una dimensión dramática de la temporalidad. No
necesariamente, con el miedo a la muerte, condensado en el vértigo temporal que
prácticamente elimina el tiempo de existencia entre la cuna y la tumba, pero,
como el contador de arvejas, que percibe el efecto atormentador de las horas
que pasan:
“Intento atrapar
el tiempo con la mano como si fuese un mosquito neurótico. Nunca lo logro. Las
palabras me saben a pasado. El té me sabe a pasado. El amor es una tempestad
emocional replicada infinitamente hacia el nido de los recuerdos. A veces llego
a estar seguro de que somos bombas de relojería. Yo mismo siento mi tic tac
encaminado hacia la hora 0. Es cierto que podemos hacer trampas, manipular el
segundero, causar estropicios monumentales, pero de todas formas la resta es
inaplazable y el saldo final será vacío.(…)”[4]
La temporalidad
apesadumbrada, forjada con frecuencia y manifestada en la noción del plazo, el
tiempo estimado del que se va substrayendo parte a parte, hasta que ya no queda
nada y se consume… Tal vez, con él se
acaba el fracaso de las ilusiones, la felicidad o la propia vida:
“(…) Y eso es
muy injusto, porque creamos y queremos como dioses infantiles, sin fecha de
caducidad, sin contratos definidos. Mientras tanto podemos deslizarnos a bordo
de un monociclo y hacer malabares con antorchas de fuego azul. Unir dos riscos
con una cuerda. Aspirar la contradicción del viento. Al fin y al cabo, la vida
es sólo una fiesta irresponsable de ocho décadas probables. Si nos caemos no se
perderá mucho, y lo esencial quedará resguardado en memorias ajenas. Las dagas
de hielo a veces acechan la pluma, la intimidan, y no hay cómo defenderlas.
Escribir inutilidades puede convertirse en un drama íntimo, pues no le agregará
energía extra a ningún hogar del planeta (…).”[5]
Así, de manera cruda,
Jorge Muzam refleja la angustia que le produce la conciencia sagaz del quehacer
cáustico del tiempo y el dolor por lo transitorio hace parte de algunas de sus
imágenes recurrentes, dimensiones que se suman y amalgaman al tiempo que
interviene en la construcción de la estructura de su narrativa que va más allá
de la captación del instante, pues logra dilucidar el paso del tiempo en diferentes
planos que expresan durabilidad, tiempo lacónico, movimiento: llegar, partir, verter,
florecer…
“(…) Podría no
hacerse e igual las ocas caminarían graciosamente. Es el septiembre más frío en
muchos años. Nubes solitarias rodean las laderas montañosas, algunas dejan caer
llovizna y otras agua nieve. Llegan cientos de cachañas empujadas por el viento
sur. No solían arribar en esta época. Parecen desorientadas. Sus recuerdos las
guían hasta los viejos manzanares, y ahí se detienen a descansar, pero en esta
estación no hay manzanas, ni siquiera hojas y deben seguir rumbo al norte sin
haber cenado.”[6]
Como un custodio de la memoria y su valor humano, Jorge Muzam desde el bello valle de San Fabián, desgrana el tiempo entre castaños y cerezos.
[1] MUZAM, Jorge. “Volver a los viejos”; Revista Inmediaciones, La Paz
– Bolivia (2018).
[2] MUZAM, Jorge. “Volver a los viejos”; Revista Inmediaciones, La Paz
– Bolivia (2018).
[3]MUZAM, Jorge. “Ya es bastante invierno”; Revista Inmediaciones, La
Paz – Bolivia (2020).
[4] MUZAM, Jorge. “Antorchas de fuego azul”; Revista Inmediaciones, La
Paz – Bolivia (2019).
[5] MUZAM, Jorge. “Antorchas de fuego azul”; Revista Inmediaciones, La
Paz – Bolivia (2019).
[6] MUZAM, Jorge. “Antorchas de fuego azul”; Revista Inmediaciones, La
Paz – Bolivia (2019).
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