Márcia Batista Ramos
“Lo que
decimos no siempre se parece a nosotros”.
Jorge
Luis Borges
Leí varios diarios
y no escribí ninguno durante toda mi vida, debido a que perdí mucho tiempo y no
tuve interés por la escritura demasiado personal o íntima, que me permitiera
escribir pequeñas crónicas sobre cosas sencillas que ocurrieron en mi niñez o
en el transcurso de la vida. Tampoco, me
dediqué a estudiar el inglés antiguo, el sánscrito y cosas parecidas, excepto,
por un corto tiempo que estudié el esperanto.
Tal vez, sea una
cuestión de carácter, el hecho de respetar la privacidad de mis hijos y no
contar sus hazañas o no mostrar las fotos de familia y contar las historias que
casi ocurrieron y emperifollarlas un poco, para parecer que soy lo que en
verdad no fui y nunca seré.
Detesto los
deportes masivos como el fútbol. Las fiestas populares como los prestes y el
carnaval. Me gustan los juegos
solitarios: el ajedrez, la equitación, la natación.
En los días de
lluvia pienso mucho para no darme cuenta de que llueve, porque, por algún
motivo bastante oculto en mi subconsciente, no me gusta la lluvia, aunque sé,
que es muy necesaria y de importancia vital para todos los seres vivos.
Mi madre era
católica, como todas las buenas señoras de la pequeña aldea donde vivíamos
cuando yo era pequeño. Mi padre era librepensador y yo, no entiendo de religión
y no sé si quiero ser un libre pensante, si quiero ser igual a mi padre o si
quiero ser un católico apostólico romano.
Leí gran parte de
la obra de Borges y eso, creo, es lo que me confunde un poco, porque él tuvo
más influencia sobre mi pensamiento que el cura del pueblo, mi profesora o mi
madre o mi padre. Tal vez, porque pasamos clases de francés juntos, cuando aún
éramos niños e inglés cuando fue necesario hablar fluidamente esa lengua, en el
tiempo que la sociedad lo exigía; así como exigía, una buena caligrafía.
En nuestro tiempo,
hacíamos lo que era necesario hacer, no así, lo que nos gustaba. Pero no haré
ninguna digresión sobre la necesidad y el concepto de responsabilidad que nos
inculcaron los mayores.
Tampoco utilizaré
estas pocas líneas para hablar del universo mitológico que representa el amor;
o para contar sobre las veces que amé y las veces que fui amado. Sencillamente
porque el tedio de la espera se apoderó de mi existencia. La incertidumbre
tejió su manto sobre mi presencia y la duda sobre si un día seré, crece como un
hongo que me deja inerte y coagulado entre papeles en las gavetas del
escritorio.
Cuando fui al
cuartel me separé de Borges, él, por razones obvias, no pudo ingresar al
cuartel, a pesar de que no le hubiera gustado, por su temperamento, apenas me
escribía cartas esporádicas, hasta que un día se extinguió su cuerpo y él se
hizo inmortal.
La vida pasó, de
forma lenta y gradual en mi caso. Y estoy aquí entre papeles en las gavetas del
escritorio, con mi edad incierta, que bien podría pasar el siglo. Estoy aquí
con esperanzas adolecentes… Atiborrado de remembranzas e incertezas. Sin ningún
tipo de resquemor que me nuble el alma.
Otra vez, me
pregunto: ¿Quién soy?
Borges decía que:
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese
montón de espejos rotos.”
Yo diría que mi
memoria es un acumulo de anotaciones, para una historia que quizás se escriba.
Quizás, jamás se escriba… Porque soy un personaje, sin nombre, de una historia
que Márcia, no escribió sobre mi niñez junto a Borges y del camino que cada uno
tomó en una encrucijada de la vida.
…
Existe una brecha entre escribir y vivir. No
todos los lectores comprenden, asimismo, no todos los escritores lo saben.
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