El entierro de la sardina


Miguel Sánchez-Ostiz

El del miércoles de ceniza es un día apagado, más que nada porque las resacas, crudas, bestondos o biharramunas, son potentes. Han sido días curiosos. Parafraseando al inolvidable Fermín Lorda, eran carnavales y no eran carnavales, tristes y furtivos. Hoy toca el entierro de la sardina, antes del amanecer, en una ceremonia de fuego, basuras y extramuros, con los bombos fúnebres, a cajas medio destempladas a fuerza de azotarlos, algo de txistu y acordéon, pero ya desfallecidos que se tragó la oscuridad. Ya el tiempo y la hora es otra. Tiempo pues de Frescobaldi y sus cobres, al menos para mí, que no la duermo, y me ocupo de acabar con unas pruebas de un libro dedicado al de las zapatillas de amortajado al que los carnavales le atraían y repelían, no como a Solana, pero sí como a Cansinos que ahora me acuerde. Tiempo de arrancar el musgo del invierno y dejar respirar la tierra. ¿Cambia algo en tu vida? Nada. Todo el año es carnaval, apostillaba Larra, suicida, descreído, joven y amargo.

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Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana, 17/2/2021

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