Chapare


Tierra de nadie, brutal castigo de una hoja que ahí no nació así por nacer, ahí fue introducida hace menos de un siglo. Tierra hoy intercultural, y lo es por sus presencias de todas las demás tierras del país, arcoíris que podía ser de belleza en la diversidad, y que tampoco esto pudo ser.
Tierra acida en su morfología, acida en su agonía. Mi luna de miel entre ríos salvajes y monos traviesos, araras que nunca se callaban y un mosquito que casi me lleva a la tumba. Evangelistas con viveza criolla, pioneros de la nada y millones y millones de dólares echados a perder, se dirá, idiosincrasia, cierto, y mucho enriquecimiento fácil. Desarrollo alternativo sin ingenuidad e inocencias de un viejo mundo que vino a lavar sus estériles conciencias.
Las noches de las millones de estrellas camino a Puerto Aurora o saliendo de las sendas, con cargas de piñas, echados con Raquel detrás del camión o apretados adentro de taxis improvisados, soñábamos horizontes distintos, también para esta tierra; un partido de futbol a la salida de Puerto Aurora, Italia-Chapare, ganamos nosotros italianos 10 a 0 y sin arquero, en una canchita que aún no era sintética, dos cañahueca de arco y una luz amarilla, casi oscura por los sancudos, que alumbraba el taxista en búsqueda de un llantero en lugar que el estadio más sincero que hubo el Chapare.
E Titti, la china que vendía helados en Villa Tunari, el Johnny que nos traía todos los lunes Paceñas tropicalizadas y las Huari para nuestro San Lunes, y más el Danger que se refugiaba donde el San Martin, cuando Cochabamba se le hacía pesada y su cholita no lo quería ver nunca más. Fauna adentro de la puerta de una Amazonia hoy agonizante, hecha ceniza.
Hace mucho tiempo que no puedo recordar el presente de esta tierra, que me hizo feliz, colgado a la hamaca, escuchando las aventuras de mi suegro y los Bibis desde la radio. La magia de este lugar pudo prolongarse, la codicia del hombre la arrebató.
En Chimoré hubo un tiempo un boliche, se llamaba Marangatú, dulce palabra guaraní que indica bondad, nobleza, rectitud, ahí los gringos de la DEA pedían cheesburgers dobles y pizzas hawaianas, los vecinos iban el fin de semana a tomarse un trago, Hernán el beniano se tomaba sus cervezas y las sudaba ahí mismo, el camionero amante de los románticos, pedía música de Isabel Pantoja o de Camilo Sesto y reclamaba su plato de la tarde, mientras a distancia de seguridad había parqueado su camión cargado de explosivos. Una noche de mucha pasión el jefe de narcóticos bailó La piragua con su amante hasta el amanecer, se emborrachó como un pirata del caribe y se fue dejando mas propina de lo que habían consumido.
Tierra de nadie, autos sin placas y baldes rojos colgados sin ningún letrero; una Macondo sin soledades, tal vez, una posibilidad en lo imposible país que la rodea. Un paraíso habitado por diablos, me dijo un viejo subiendo al Surubí que lo llevaba hasta Ivirgarzama, allá donde la justicia es la nueva inquisición. Y achachilas y Tunupa achicharrándose a 40°, como en la Guerra del Chaco, el tío de la mina que se hace químico, en una metamorfosis apocalíptica -el capitulo ausente de CeroCeroCero- borrando memorias y olvidos, tabula rasa de nuestra Historia. Niñas madres, llocallas chasqui día y noche, embrutecidos a falta de quinua y papas, demacrados con pollos broaster y salchipapas. Y mas adentro, Santa Rosa, una tranca controlada, y mas control, mas libertad y mucha muerte joven, con raticida, por amor u por decepción de la vida, que ya no son las suyas.
Chapare, 50 de marzo en el recuerdo del Charly, del Nelson a fin de año, punk ante litteram antes de la tempestad del progreso, del caterpillar avasallador de Yukis y Yuracares, los de esta tierra de nadie.

Maurizio Bagatin, 05 marzo 2021
Imagen: On the road hacia Eterazama, foto de Gianpaolo Uristani

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