El 29 de abril, sería tu cumpleaños Alejandra

Márcia Batista Ramos

A veces, mientras busco caminos, te encuentro en algún trecho de las gradas con tu expresión alucinada y el abrigo parecido al mío: de paño plomo con forro beige a cuadros… Tu abrigo era negro con el mismo paño que el mío, en el forro.

El 29 de abril, hubiera sido tu cumpleaños Alejandra, si no te hubiesen aparecido ángeles para invitarte a tomar el té, con ellos y tus muñecas en otra casa, en otra calle, allí donde todo es perfecto solo por ser. A diferencia de aquí, donde contrariamente, siempre es lo contrario.

Tú decías eso a tu manera: “la muerte se muere de risa pero la vida\se muere de llanto pero la muerte pero la vida \pero nada nada nada”[i]

A veces, en el trecho de la sala que va hasta la puerta que da al jardín, se me aparecían algunos ángeles, para contarme que cuando te fuiste de este mundo, a tu manera: tan repentina… Con la intensión de desaparecer y olvidar mientras te olvidan… A consecuencia de tu estilo tan contradictorio… Igual a Borges, moriste para volverte inmortal, en una especie de resurrección, que solo los grandes pueden gozar. 

Algunas veces, expliqué ciertas actitudes tuyas, así:

El tiempo se acumuló desde la infancia triste hasta lo que quedaba de los días. Los miles de pedacitos que poblaban sus días y noches, tenían nombre y apellido, se llamaban tristeza y miedo. Pudo verlos frente a frente en la habitación cuando estaba sola. Escurrieron del techo por las paredes y fueron todos hacia ella como hormigas disciplinadas.

 (Hasta fue enternecedor su paso lento).

Cuando le alcanzaban, hacían temblar su pequeño cuerpo, erizaba su pelo corto y abría más sus ojos alucinados. Entonces ella buscaba la forma de escapar… Y medio paralizada, sintiendo que ya no podía más; y consciente de que el dolor consumía lo que le restaba de cordura: ella escribía un poema.

Expliqué, sin decir a nadie que, a veces, tú te quedabas allí de pie, en el aire, como un gallo blanco de Marrosa, haciendo alarido desde la luz que irradias: “(…) Yo no sé del sol.\Yo sé la melodía del ángel\y el sermón caliente\del último viento.\Sé gritar hasta el alba\cuando la muerte se posa desnuda\en mi sombra (…)”[ii].

La verdad, Alejandra, es que, en los últimos 49 años, tu voz no se calló y todos los que atesoramos tus palabras, esperamos que surjas, a veces, por los caminos de la vida o apoyada en la estantería, como si fueras un ángel sin sonrisa, con tu cabellito con corte garzón, para ayudar a descifrar ciertas cosas, no las que escribiste, otras…

¿Cómo te explico? Esperamos que surjas y nos tiendas la mano, para poder cruzar el abismo con los ojos abiertos… Esperamos tu mano, así, frágil y pequeña, medio temblorosa, pero firme. Como la mano que nadie te tendió.



[i] Alejandra Pizarnik: “Poesía Completa”. BALADA DE LA PIEDRA QUE LLORA; pág. 48. https://libroschorcha.files.wordpress.com/2017/11/poesia_completa.pdf

 

[ii]   Alejandra Pizarnik: “Poesía Completa”; LA JAULA; pág. 54.

https://libroschorcha.files.wordpress.com/2017/11/poesia_completa.pdf

 

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