Maurizio Bagatin
Subjetividades, de eso escribimos hoy, es la época. Una época que dejará palabras e imágenes, muchas, demasiadas y de por sí apocalípticas, para que las vayamos interpretando; mañana viajaremos menos, caminaremos más, un pedestrian tour y un j’accuse, nada cambiará y nada será igual, todo cambiará y todo será igual, un dilema – dead or alive – ¿construir o no construir? encima de la inmensa huella de nuestra especie. La modernidad ha envejecido, dijo alguien, dejando tras de sí los trazos de sus quimeras…
En la lucha entre Flaubert y Nietzsche (fue una carta del escandaloso Houellebecq en lanzarlos a la arena, él tan schopenhaueriano…) gana un triple empate: la no-palabra, el no-lugar, el no-encuentro, gana, entre comillas, Pascal, gana el optimista bien informado, el calculador, o el con fe. Pierde la profunda incertidumbre de hoy, la tristeza para los chicos del mañana, el futuro. La falta de sorpresa, de maravilla y de escándalo. Todos privados del estupor…
Mi mamá fue prediciendo algo de todo esto, retirándose en su mundo hecho de alebrijes y de toda su memoria. Se encerró en septiembre, no quiso ver más afuera.
Fase 1, Fase 2, Cuarentena dinámica… léxico que se empobrece, neologismos orwellianos o de época tatcheriana, parece aún oír a Bush, Aznar, Blair y D’Alema…
Las sonrisas de los ojos, de los únicos visibles, con el corazón… ¡Si no es apocalíptico todo esto!
Las bicicletas tomarán las calles, acompañadas por las bicicletas eléctricas – el litio de Bolivia ahí podría ser destinado – el retorno de aquel genial invento del hombre (en su novela Tirinea, Jesus Urzagasti se sinceró: “…el hombre, aquel hermoso ejemplar que sudó la gota gorda para descubrir la rueda”) – , el único vehículo que une la acción con la función, no por tanto amor como lo de la señorita Pedani por la gimnástica o aún más, de los primeros sudamericanos triunfando en el Tour de France y Giro d’Italia, o la de Bartolo en La revolución en bicicleta, el neorrealismo fue ya el anfitrión, las bicicletas, desde un punto de vista simbólico, remiten al origen popular, al pueblo, las bicicletas obligan a un contacto directo con la realidad. Tuvo que ser un bicho para que el genio humano volviera a ejercer… así también volveremos al campo, algunas minas cerrarán, muchas fábricas tendrán el mismo destino, algunos oficios serán obsoletos y, por suerte, inútiles; como el viento que hace su giro y da sus vueltas, cada cosa luego vuelve a su lugar. Tarde o temprano, no importa. Hay más tiempo que vida, me decía siempre mi abuela. Volveremos a cultivar, la semilla será el sudor más alegre, el sonido dentro de la tierra una retornada armonía.
Desde un balcón vemos pasar los proverbios y los dichos populares, los refranes de los ancianos y los consejos de los sabios, el tiempo que vivíamos plenamente y el tiempo perdido; vemos la experiencia de la poesía de Gabriela Mistral pasear en un parque con las figuras flemática de Alberto Giacometti; desde un balcón vemos el mapa con los signos del tiempo, estelas y huellas, sombras y manchas, todo lo que queda, ruinas y escombros, todo lo que se va, amores hecho pedazos y perfilada clorofila. Desde un balcón vemos luces y oímos memorias; orden y caos hoy afuera de lugar, todo lo que fue y todo lo que será, esperanzas juveniles y voluntades maduras. Y esto hasta el rato menos pensado, será una nueva ilustración, sin dominio y con nuevos misterios, desde el equilibrio, desde un balcón. ¿A.C., d.C. serán las nuevas abreviaturas?… los jóvenes de hoy se están preguntando, algunos por cierto, no todos, cuales fueron nuestras acciones, las de ayer, las de hoy… el barbijo más sonriente, las palabras agotadas, las imágenes que quedarán en nuestro ojos.
Un gajo de luna y un rezo desde un micrófono no muy lejano, chicha cumbia de la radio de los vecinos, es la hora del crepúsculo, el día se despide, la noche está ahí, preparada a salvar nuestro presente – porque el futuro es algo que aún no poseemos y, por lo tanto, como nos avisó Marco Aurelio, no podemos perder – nuestra constante e inconmensurable imperfección. Aun desde Sócrates, el fracaso, es tema filosófico, y es con el antropoceno que, el hombre, ha entrado en pleno contacto con este “sentimiento”. Grandes personajes del siglo breve lo han vivido, sin el fracaso no tendríamos Henry Miller, Emile Cioran y Céline, no sabríamos quien fueron Buster Keaton y Franz Kafka, los que mejor describieron la época actual. El reconocimiento es póstumo, siempre a través del sarcasmo eficaz y la ironía elegante, como iba filosofando en su Teeto, Sócrates.
Pareciéndonos a los dos clownes de Beckett, esperando Godot, no podemos hacer nada, y sin embargo, podemos hacer todo. Tal vez simplemente cambiando las cosas que no van…
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Publicado originalmente en INMEDIACIONES y en SUGIERO LEER. 06/05/2021
Imagen: Jackson Pollock, Ritmo de otoño: número 30 (1950)
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