Leí en La superviviente, un cuento de Julian Barnes, que vio la luz de la edición en 1989: “El término técnico es fabulación. Te inventas una historia para ocultar los hechos que no sabes o no puedes aceptar. Conservas unos cuantos hechos verdaderos e hilas una historia nueva en torno a ellos. Especialmente en los casos de tensión doble”. Eso que significa pregunta Kath, la protagonista del relato. Le responden: “Fuerte tensión en la vida privada unida a una crisis política en el mundo exterior”.
Kath había sido rescatada por la guardia costera de un bote a la deriva en el mar de Arafura, las aguas que separan Australia de Nueva Guinea. Estaba deshidratada, muy débil –comió sólo enlatados por días-, sufrió alucinaciones y pesadillas, acompañada sólo por dos gatos que también se hallaban famélicos.
Tras el desastre de Chernóbil, angustiada por la radioactividad que afectaba a los renos de Laponia, Kath fugó del norte hacia el sur del orbe, desde su Noruega natal hacia su isla salvadora. Sin embargo, allí tampoco encontró la calma. Convivía con Greg, un australiano amante de la cerveza, retrógrado e insensible. No tenían hijos.
Un buen día, creyendo inminente una hecatombe nuclear en cadena que desencadenaría un apocalipsis atómico planetario, se embarcó desde el puerto de Darwin sin rumbo fijo, buscando otra isla, una desconocida y segura, donde refugiarse. Nunca la encontró.
Antítesis
Tampoco encontró Eldorado, la ciudad del oro, la urbe de los inmortales ni cosa parecida alguien que también vino desde el norte hacia el sur: Lope de Aguirre, “el peregrino”, el “rebelde hasta la muerte por tu ingratitud”, según firma su antológica carta dirigida al rey Felipe II.
En la misiva, el guerrero cuenta al monarca que “caminando nuestra derrota y pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón, tardamos hasta la boca de él a la Mar del Norte más de diez meses y medio. Caminamos cien jornadas justas. Anduvimos mil y quinientas leguas por río grande y temeroso (…), tiene más de 6000 islas. Sabe Dios cómo escapamos de este lago temeroso. Dígote Rey y Señor, no proveas ni consientas que se haga ninguna armada para este río tan mal afortunado, porque, en fe de cristiano te juro, Rey y Señor, que si viniesen cien mil hombres ninguno escape, porque la relación que otros dan es falsa y no hay en este río otra cosa sino desesperar…”.
Es paradójico: el que pasó a los anales como un orate legendario, como un loco de atar, dice la pura verdad, no fabula ni un poco. Eso sí: sorprende y encanta su prosa. Bolívar ordenó copiar y publicar el texto completo de la carta en un periódico de Maracaibo en 1821.
Aguirre tuvo una hija, Elvira, que lo acompañó en su travesía amazónica. Su muerte, a manos de su propio padre, a fin de evitar que caiga en manos de sus enemigos y sea ultrajada, es una de las escenas más desgarradoras que recuerde la historia.
Síntesis
El que también dice la verdad, su verdad, es Hans Ertl. Era 1955: venía, desde el norte hacia el sur, de participar en la primera expedición alemana que coronó el Nanga Parbat, un ochomil del Himalaya que había obsesionado a los nazis que suponían encontrar en su cima algún mensaje oculto que justificara sus demenciales acciones.
Ertl describió así la trepada: “Primero el duro y viril bregar por cada metro de camino ascendente; luego la cumbre, que no sólo no reporta beneficio alguno, sino que, en general, resulta decepcionante, cuanto mayor ha sido el barullo y la propaganda armados en torno a la empresa y, finalmente, el peligroso trabajo de descender; extenuados y agotados (…) En cambio, ¿dónde quedan todas las bellas emociones que hacen vivir las cosas de la naturaleza? ¿Dónde quedan las emociones sentidas por los poetas que cantan la grandiosidad y la belleza de las montañas? (…) La técnica, en su triunfal carrera, va conquistando todos y cada uno de los rincones de nuestra existencia y va rechazando cada vez más lo auténtico, honrado y original de nuestras experiencias”.
Ertl anotó estas impresiones tras una expedición arqueológica y cinematográfica a la selva, a la misma selva de Lope de Aguirre. En esos afanes fue acompañado por Monika, su hija adolescente, que años después, como “La imilla”, su nombre de guerrillera, moriría acribillada. Antes, yendo desde el sur hacia el norte, en Hamburgo, Monika Ertl había ejecutado a uno de los responsables del asesinato del Che Guevara, que oficiaba de cónsul boliviano en ese puerto alemán.
Hans Ertl murió el 2000, a los 92 años, en su finca chiquitana. Arriba abajo, de su autoría, es, tal vez, el mejor libro de fotografías sobre Bolivia que se haya editado jamás.
Pablo Cingolani
Laderas de Aruntaya, 31 de mayo de 2021
El cuento de Barnes está en su libro Una historia del mundo en diez capítulos y medio. La carta de Lope de Aguirre está incluida en una obra sobre el mismo de Blas Matamoro. Las citas de Ertl corresponden a su libro Paititi. Tras las huellas de los Incas.
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