Miguel Sánchez-Ostiz
Estar, lo que se dice estar, el paraje está cerca de casa, solo que hemos ido conejeando, ciarcando, loqueando, charlando, con Lander Zurutuza... Una ardiborda en ruinas, unas digitales de color intenso, unos líquenes pintados con el mejor de los gouaches, o al revés, no hay gouaches que lo imiten, los fósiles y utensilios líticos que son eficaz defensa contra los rayos, como el laurel (al decir de Alciato, ya hablaremos).... Me he acordado de Pablo Cingolani en sus cerros, con sus «sapos» y sus piedras, que también son las mías. Las piedras y su corazón secreto, y su olor, que lo tienen. Lo decía el clérigo minero Alonso Barba. Qué lejos las querellas y esa infumable murga capitalina que no cesa. Dan risa. Cuando de verdad vives en otra parte, estás a otras... poco interesantes, ya sé, ya, qué le vamos a hacer. ¡Qué coñazo!, me espetó una vez Labora (personaje recurrente de mis novelas). Qué le vamos a hacer. El monte no es la Real Academia de Gastronomía Madrileña ni un cafetín de Lavapiés donde late la vida intensa (me dice un usuario). Eso sí, pocas cosas más bienhechoras que un puñado de horas de pateo. Como nuevo... mentira, mentira, te duele hasta la raíz del pelo.
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