Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Boccherini. Castañuelas. Fandango. Ordeno tres libros: Claudio Magris, Olga Tokarczuk, Diablada de Miguel Sánchez-Ostiz. Trabajo de noche. No duermo de día. Voces y ritmos: Gal Costa, música cajun, Henry Purcell. Larga lista de deberes a mano que no voy a cumplir. Cuando amarillea el papel, lo arrojo al tiesto de basura. Doro carne para los ravioles, la baño de cerveza ligera y barata, arrojo sobre ella salsa de tomate que parece sangre medieval.
Las redes sociales se detuvieron por varias horas; el mundo dejó de ser mundo, lo imagino. Nuestras frágiles relaciones dependen de otros. Tal vez siempre fue así.
Se siente el otoño y digitalmente pinto una foto de hojas ocres y sepias. Les feuilles mortes de Prévert, cuando todo era mejor, lo suponemos. Irina me dice que le gustaría una banda si un día nos casamos. Me encantan las bandas. Cuando llegaba de los Estados Unidos a Cochabamba, Ligia me recibía con banda y carteles, como diputado nacional. De detrás de las puertas arremetían con Pan de arroz, del gran Arturo Sobenes; y cueca; y La Sandunga, ay, mamá por dios… Corrían caipirinha, minutos y horas. Gastados zapatos del zapateo. Hojas muertas. Caían de los árboles. Ni hojas ni árboles ya; una monumental torre de metal distribuye un entramado de cables, como para tener crucifijos y oraciones.
Cuento las botellas de vino. Me quedan ocho tintos y dos blancos dulzones. Y, no olvido, vino semi-dulce hecho con la fruta de la granada en los hermosos y laboriosos valles armenios. Lo usaré para cocinar pollo a la olla o al horno, con ciertas referencias de comidas iranias. Soñaré entonces que descanso a orillas del Caspio, vagabundo como Gorky, pensando en una Malva que en mí tiene otros nombres, tantos varios que no me decido por uno ya que no dispongo de medios ni de carácter para intentar un harén. Bromeo, claro, porque quisiera aprehender toda la belleza en uno. Tenemos algo de prometeico, en ambición y en rebelión, y no está mal.
Todas las mañanas del mundo, se llamaba aquel filme. Mucha tristeza, egoísmo, y la viola da gamba de Marin Marais como voz del paraíso. Llanto de mujer desgraciada. De fondo la apesadumbrada música de Monsieur de Sainte-Colombe.
Miércoles, Kate apenas duerme en una cama muy lejana. Dolor y virus. Conversamos un poco. Avanza el otoño, tiene pasos pesados. Desde mi cueva diurna aguardo la noche para salir a cazar.
06/10/2021
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Fotografía: Les feuilles mortes/CFC, 2021
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