Honrar el destino

 

A Ricardo Solís Alanez


1.

 

La montaña es un imán, atrae sin pausa, sin remedo, te convoca porque sabe guiar, sabe cómo huellarte el alma

 

Nada se compara a ella: su belleza es su misterio, el tamaño de su hondura es lo que se eleva frente a ti y allí no hay otro espejo que eso esencial, eso elemental, esa sinceridad que se despliega y te alza junto con ella

 

En su seno, todo es, todo se está, todo vibra, todo conmueve

 

Aquí la piedra celebra

La intima verdad

De sus punas

 

Aquí la piedra canta

La febril mirada

Del horizonte

 

Aquí la piedra amansa

Todos los dolores

Todos los desasosiegos

 

2.

 

Cuando la montaña se revela, uno siente que se cumple el destino, que la misión aguarda

Y que ésta, crece cada día y se fortalece cada vez que amanece

 

La montaña, cuna de grandes, poderosos ideales

Visiones temibles y, a la vez, adorables

La montaña te desafía

 

Y, si al fin lo comprendes,

Tú la vuelves tu propia fuerza

Tu serenidad para el combate

Tu majestad frente a la derrota

Tus sueños más puros

Tu dicha y tu pan

Tu faro

Tu luna

Tu cielo

 

3.

 

Antiguos clamores resuenan en la nieve, repican entre las grietas, cascabelean las piedras

Ecos de voces olvidadas, dignas, guerreras, aires de triunfo, victorias regadas con el generoso vino de la gloria, guitarras encendidas en las cuevas, los aleros, los campamentos

Fuegos del alma

 

No soy yo el que canto ­–Es la luz del sol

Que embelleció esos rostros bravíos

 

No soy yo el que canto –Es la lluvia

Que lavó sus manos de pesares y traiciones

 

No soy yo el que canto –Es el viento

Guardián altivo y perpetuo de la memoria de los cerros.

 

Pablo Cingolani

Laderas de Aruntaya, 5 de octubre de 2021

Imagen: TripAdvisor

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