Memorias dialectales de mi mamá en el día de su cumpleaños


Se encontraban siempre en el mismo lugar, el mismo día y a la misma hora. Era el ciacolatoio (neologismo dialectal que unía la fama de platicar de las mujeres con el lugar adonde se llevaban a cabo dichas platicas, la chiacchera y el lavatoio), el antiguo lavadero público o comunitario, prácticamente un confesionario público, sin dogmas y con pecados siempre veniales. Ahí los únicos motivos de peleas podían surgir por la suciedad de la ropa que una se ponía a lavar demasiado cerca de la otra. Fue causa de desamistades hasta hoy irreparables. En aquel lugar se desvelaron traiciones, secretos de alcobas, amores y desamores ciertos e inventados; ahí el hombre no tenia acceso, ahí iniciaron las telenovelas que hoy las mismas mujeres, sus hijas y sus nietas, ven llorando a escondida de los demás. Seguirán recordando el dialecto de sus chismes, el exceso de sus boutades, la exageración de sus hazañas. Nuestro realismo mítico y nuestro patrimonio oral.

La Teresina le dejó un bello recuerdo a la Sila: “Si no haces un nudo pierdes el hilo…”, quizás metáfora de un discurso, algo que había que traspasar de madre a hija o el chiste para distraer las vecinas y así dejarla pensando; la mayor de todas le dijo un día que ella había parido dos gemelos solamente porque su marido no lo había introducido todo, si lo hubiera hecho hubieran sido cuatro; a la más envidiosa del grupo, la que no lograba quedarse embarazada, le hicieron creer que cuando hacia el amor debía gritar el nombre que deseaba ponerle al hijo que naciera, sin tomar en cuenta que era el nombre de un vecino, una noche la esposa del vecino oyéndola gritar salió con una escoba de bruja y la persiguió hasta lograr propinarle una tremenda paliza; la más atrevida contó un día que su hijo no lo tuvo con su marido sino con su amante, y que para hacerle creer que era de él le había contado que sí se necesitaban nueve meses pero que eran cuatro meses y medio de día y cuatro meses y medio de noche. Inocencias y malicias de pueblo.

Los hombres jugaban a la mora, juego antiguo que fue prohibido durante el fascismo. Nunca faltaba el vino, los gritos, las peleas. Riñas campales por las apuestas, familias enteras quitándose el saludo, familias enteras cayendo en la miseria mas hondas de la que ya estaban viviendo.

Muchos anticuerpos y muchas personalidades, carácter voluble. La leche en polvo aun no existía y rechazaba la leche materna, no fui alumnus a tiempo completo de ninguna, pero tuve 11 nodrizas que me alimentaron con su leche. Conozco los nombres de cada una de ellas, memorias dialectales de mi madre, de un paraje de lo que un día fue el Bosco di Cornaré, todas propiedades de un Quirini o Querini Vittorio, patricio veneciano. Mi mamá trajo algo más de véneto, Fingolo, apellido hoy desparramado por el sur del Brasil y la inmensa Argentina. Almas migrantes como en toda la historia de la humanidad.

Maurizio Bagatin, 10 octubre 2021
Foto: Mi mamà en bicicleta

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