Uno, dos, tres, decenas, decenas de miles marchando. Caminando, caminando, paso a paso, kilómetro a kilómetro, en busca de algo que está dentro de ellos mismos. Cuando un pueblo marcha sólo se re/encuentra a sí mismo. Y vaya si era un pueblo el que marchaba. Era la Bolivia morena, la Bolivia profunda, la Bolivia que no sale en las noticias, la que se puso a andar.
El altiplano es un ámbito de revelaciones. Todos los secretos del mundo están allí o no hay ninguno: depende de la mirada, del corazón que se abre a esos arcanos, de la piel que se tensa por el frío o el calor -el altiplano es sagrado para aquellos que sienten a la divinidad como se muerde un pan o se acaricia a un perro. Y yo no te puedo explicar lo que se siente ante las pequeñas grandes victorias de la vida. Simplemente: o se siente o no se lo siente. Mírate al espejo. Vete tú a saber.
Fuimos al encuentro de la marcha -el pueblo andando- hasta el Ayo Ayo donde nació Julián, Julián Apasa, el hombre que se rebeló contra la injusticia y de tanto ardor se volvió un conductor, se volvió Tupac Katari, la Gran Serpiente. La marcha, plásticamente, rememoraba su nombre: era una inmensa víbora que serpenteaba por la llanura infinita, orlada de banderas y de teléfonos que brillaban cuando el sol se colaba entre la madeja de nubes.
Caminas por un recinto de lo sacro: a lo lejos, los cerros cuidan tus pasos. Ellos ya lo han visto todo, pero ahora puedes estar seguro: te están mirando, te están resguardando, te están amparando. Sientes su beatitud: es tu halago. Quisieras tocarlos con tus manos, disolver esa distancia, recostarte sobre sus laderas desnudas. Los sueñas con tus ojos bien abiertos: les devuelves, con gratitud, la misma emoción, la misma pasión que ellos te están brindando.
Capitán de mil batallas: el pueblo en marcha, ¿Qué será lo que esconden tus ansías? Viéndote tumultuoso, sentí esa razón chinesa que le hizo proclamar a Mao: marcharon con nosotros porque no tenían nada más que comer que la corteza de los árboles. Y, sabe, Monsieur, sabe Malraux: cuando un pueblo se decide a marchar, el pueblo es invencible -sentenció el Gran Timonel. Por supuesto, le aclaró al francés: nosotros les dimos un motivo. ¿Un motivo? -preguntó el galo ingenuamente. Un motivo que ustedes ya desconocen: dejar de cagarse de hambre. ¡Ah! -cayó en cuenta el ministro de cultura de De Gaulle.
Calamarca a la vista: ciudad de piedra en aymara. De allí salieron, en lienzos invalorables, pintados por manos nativas, ángeles con arcabuces, desafiantes con sus armas Ad maiorem Dei gloriam.
El dios de los que marchan es un dios extraño: cicatriza todas las heridas, pero exige cada vez más sacrificios. Es tenaz: no brinda consuelo, pero es capaz de elevar las montañas y a quienes lo veneran, con ellas. Es arisco, pero fecundo. Es dador de certezas, pero sólo si las caminas con Él.
Pablo Cingolani
Laderas de Aruntaya, 27 de noviembre de 2021
Foto: El altiplano en El Tholar
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