Márcia Batista Ramos
Era un hombre alto de tez blanca y profundos ojos verdes, hijo de un conocido terrateniente. No quiso estudiar como todos sus hermanos, tampoco quiso trabajar la tierra, aun que guardaba gratos recuerdos de su niñez en la hacienda. Siempre recordaba, como los indios le cargaban en la espalda y como los hacia sufrir para su gozo y contentamiento.
Se casó con Ana Carolina, la hija de otro hacendado que también había sobrevivido a la reforma agraria y que mantuvo su feudo casi intacto; pero, el hacendado no sobrevivió al matrimonio de su preciosa hija con semejante badulaque.
La feliz pareja reprodujo dieciséis hijos, tres pares de gemelos, un de mellizos y los otros. Eran personas muy simpáticas y agradables para conversar, se querían mucho, además de que eran bonitos e irresponsables. Vivieron de todo lo que heredaron hasta gastar el último centavo. Vendieron los objetos de valor como la Virgen de plata maciza por míseros 20 dólares; también los cubiertos de plata, la vajilla, las tierras, los animales, la mesa, las sillas, las joyas, la colección de armas, los suvenires que sus madres y abuelas trajeron de los viajes a Europa, los cargamentos de plata para los días de fiesta. Todo…
Hasta que una mañana, Ana Carolina le pregunta al marido qué darán de comer a tantas bocas, porque van a despertar y no hay nada. Él le contesta que despierte a los mellizos y los arregle, porque los va a llevar para venderlos. Ella lo mira con sorpresa y él añade que los chicos van a estar bien pues, nadie tendría valor de maltratar a dos preciosos angelitos tan rubios de ojos celestes como su madre.
Ana Carolina, sin decir palabra se apresura en traer a los mellizos y él los lleva al mercado Bolívar y ofrece a la primera señora bien presentable que ve. La señora, al ver tan lindos niños y que su padre quiera venderlos por tan poco, piensa que puede darles mejor futuro junto a su esposo e hijos, y accede a comprarlos.
En el momento de la transacción los mellizos terminan de despertar y se percatan que deben irse con la señora desconocida, empiezan a llorar y a rogar a su padre:
-“¡Papi no nos venda! ¡Ya no vamos a pedir pancito!”
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