Márcia Batista Ramos
Ayer llovió toda la tarde. Todos tenían actividades nocturnas, solo Ercilia y yo estábamos en la casa. Decidí encender la chimenea para esperar la noche, pero Ercilia ya había encendido el fuego, ella estaba sentada en el sillón de cuero, a cierta distancia e inmóvil, contradictoriamente silenciosa, ante el crepitar del fuego, ya que ella es particularmente comunicativa. Me senté junto al fuego en silencio, no quise interrumpir sus pensamientos y me puse a alimentar el hogar de cuando en cuando, con trozos de leña seca.
La miré de reojo y vi sus manos posadas sobre su regazo, recordé que cuando ella era niñas, fue agradable, cautivante y siempre dejó transparentar su gran vivacidad de espíritu. Empero, no siguió, sistemáticamente, los estudios, ya que prefería divertirse y divertir a los demás, antes que nada, antes que pensar en el futuro. Ella tenía motivos para reír de lunes a domingo. Alguna vez, cuando me vio profundamente preocupada, no preguntó qué me pasaba, apenas con una sonrisa amplia me dijo: - “las tempestades suelen pasar.”
Entonces al escucharla, cansada de mi batalla mental, paraba de pensar un poco y cuidaba mis heridas, me mimaba un poquito y parecía que mi cielo interior empezaba a escampar…
En otras ocasiones, si ella me vio llorar, dijo: - “No llores, tus sueños pueden escaparse, además, vas a salar tu camino.”
A Ercilia le gustaba ocuparse del jardín de una manera tan particular, que en nuestro jardín siempre hubo flores todo el año y pájaros desde tempranas horas. Eso no sucede en el vecindario, en invierno sus jardines son silenciosos y prácticamente secos. Más que sus manos, pienso que es su espíritu que tiene una magia particular que logra conectarse con la naturaleza y ésta, en respuesta florece, como devolviéndole la sonrisa.
Ella hace todo con paciencia, con una ternura que no nos fue enseñada. En ella, la ternura es innata. Mira el cielo con paciencia, sonriendo o tarareando alguna vieja canción.
Tal vez, fue su carácter jovial que la hizo buscar la facilidad, en todo cuanto podemos imaginar. Siempre muy charlatana, era necesario escucharla con atención, ya que en medio a su generosidad e interés por los demás, siempre brotaban palabras de profunda sabiduría y madurez, que el tiempo trae para el corazón de ciertas personas.
Por eso, yo creo, que ella siempre decía ser apasionada por las mañanas, que era el horario en que llenaba su mente con bellos pensamientos… Tantos pensamientos buenos, que le alcanzaban para todo el día. Nadie, en nuestra casa, fue optimista en cualquier circunstancia, solo Ercilia.
Alguna mañana muy fría la vi a fuera y le pregunté qué hacía y ella abiertamente feliz, contestó: - “Cosecho un día feliz, para gastarlo hoy mismo”.
La sala poco a poco se envolvía en la penumbra de la noche y el fuego con sus reflejos era la única luz que con su iridiscencia nos envolvía.
Pensé que Ercilia estaba haciendo un arqueo de sus sueños, porque ella acostumbraba a callarse alguna vez, de tiempos en tiempos, pero, era en ocasiones muy contadas, que se callaba cerrando los ojos y dejaba que el tiempo escurriera. Cuando salía de su silencio, comentaba que estuvo haciendo un arqueo de sus sueños y decía: - “Porque colecciono sueños, tengo que contabilizarlos de vez en cuando” – hablaba y sonreía para la vida, como muy bien lo sabía hacer.
Siempre se mostró extrovertida y me decía que yo debería desafiar mis miedos porque era tiempo de vivir. Yo le comentaba que, a mí, me enseñaron a temer: la oscuridad, los desconocidos, los indigentes, las aventuras y una serie de cosas, situaciones y personas… Y lo malo es que yo aprendí bien está lección. Entonces ella contestaba sonriendo, consciente de que estaba dotadas de facultades de elocución y de expresión: - “Las cosas no siempre son como parecen… Cuando ves un pájaro volando, no pienses que está de ida, a veces está llegando. Todos necesitamos de los demás para sentir que existimos…”
Después de un momento, dejé de alimentar el fuego y fui a la cocina por algo para comer y decidí ir a dormir más temprano de lo normal.
Está mañana desperté con un movimiento inusual en la casa, todos estaban alborotados y cuando entré en la sala, vi que Ercilia seguía sentada en el sillón con los ojos cerrados y vi sus manos posadas sobre su regazo… Había dejado de coleccionar sueños y se había ido porque ella siempre decía: - “Un día me iré porque hay mucha vida esperando.”
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