Márcia Batista Ramos
Estábamos en el año del Señor de 2022, en un enorme jardín, donde desplegábamos toda nuestra imaginación de niños en los juegos pueriles. Por un momento, yo era la pastora, los otros las ovejas y tú el amo; después, todos éramos héroes o cowboys... Nos gustaba observar a las hormigas, las plantas y algún otro insecto que aparecía. No sabíamos de crepúsculos. Ni de sirenas y sótanos. Solo conocíamos aviones que nos llevaban de un lugar a otro en hermosos viajes. Los aviones que sueltan bombas y destruyen los edificios, los jardines de infancia y los hospitales, no existían en nuestro imaginario. Preferíamos la virtud de los campos en flor. Los días de siembra o de cosecha. Y, sobre todo, los juegos de cabra ciega o de ronda a la orilla del río.
Hasta que se mostraron ante nuestros ojos los cuerpos muertos, los entierros en las fosas comunes y los destrozos de los lugares que antes fue nuestra ciudad. Tuvimos que ver las heridas, la sangre que tiñe la nieve y un país en escombros que será nuestra herencia. De repente, nos supimos huérfanos y no había nada que nos cobije, ni nadie que nos ampare. Los juegos, en cuarenta tristes días, fueran desapareciendo completamente en las tardes teñidas de ceniza y dolor. Nuestros tiernos años se volvieron viejos en cuarenta días. La vida nos exige madurar como ancianos para sobrevivir sin nuestros progenitores, sin nuestras casas, sin nuestros juguetes. Algunos de los que jugaban con nosotros ya murieron atingidos por los misiles que nos atacan. Y todos ya tenemos la frente arrugada, los ojos profundos y las ojeras bien oscuras y marcadas. Ya no somos niños. Somos viejos ambulando por un mendrugo de pan, por un poco de agua…
El viento golpea los primeros días de primavera, mientras los bomberos tratan de contener el fuego en los edificios residenciales. Sabemos que solo volveremos a nuestras casas en nuestros sueños, para sentarnos a la mesa con nuestros padres o para recibir un beso después de la oración antes de dormir, como acostumbrábamos en nuestros mejores tiempos. La metamorfosis en nuestras mentes de niños, se realiza a cada mañana, tras un sueño intranquilo, en las noches de Kiev, alumbradas por misiles.
No sabemos qué cosas irán a pasar hasta la próxima luna llena. Ahora el jardín está en escombros, es hirsuto, chamuscado y en él reposan nuestros sueños sin regreso.
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