Noble árbol, agita tus hojas y dile al viento que arroje lejos a la tristeza, se la lleve a donde jamás regrese, la exilie de mi vida, la pierda, se pierda la ingrata
Árbol que brillas al sol de los Andes: puede que te alces solo en medio de esos tercos eucaliptus y esa tremenda omnipresencia de la piedra, pero, mira, mira bien, como el Gran Dador te embellece, te embellece sólo a ti
Eres testimonio de esa presencia virtuosa: eres otro sol, un sol altivo en medio de un mar inmemorial. Las piedras cantan su canción arrolladora; trac, trac; trac, trac; tú te meces y les cuentas verdades del aire, secretos de los pájaros
Cuando te vi, cual mástil áureo anclado al destino, el dolor se licuó en alegría, mi piel se estremeció de dicha, sentí tu abrazo vegetal de solo verte, solo acariciarte con los ojos, y supe, lo oí latir muy dentro mío, supe que nuestra cita ya estaba marcada. Por vos, desde tu raíz insumisa que te eleva mansamente. Por mí, por ese lazo fraterno con la flora que ampara y maravilla, me guía y vuelve poética y agradecida a la vida.
Pablo Cingolani
Vuelta a Antaqawa, 23 de mayo de 2022
Fotos: álamo plateado en una quebrada de Alto Huayllani
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