Paraguay, marangatu y dolor


Hay un pequeño lugar para esta isla rodeada de tierra, con caudillos, militares y el jopará. El guiso, con comino, sabe bien, después del tereré, mejor, cuenta Rubén en una brutal crónica de la masacre de Curuguaty. Lo de siempre, si eres un pueblo libre y autosuficiente vendrán de afuera para joderte la existencia. Son hombres hechos de barro, de la tierra hecha poesía por Augusto Roa Bastos, los que defenderán hasta el final esta fuerza profunda que está en la raíz del ser, la eterna fuerza anti estatal del pueblo guaraní. De esto y mucho más Rafael Barrett se enamoró y por eso Josefina Plá ahí se quedó.

Desde haber sido la primera nación en independizarse a su profunda metamorfosis. El supremo entendió que se debía cambiar la estructura social de base colonial para crear un estado soberano y la brutal guerra de la Triple Alianza descompuso realidad y sueños. Luego solo corrupción y explotación, oligarcas y terratenientes que devastaron el tejido social heredado por un pueblo al cual quedó solo su idioma nativo, el guaraní.

Como Gregor Samsa, el paraguayo se levantó sin saber que era, en que monstruo se había transformado. Vuelven lo hierbales de Rafael Barrett, el esquelético Macario, Hijo de hombre, se engendra una figura tétrica como la del General Stroessner, se oye un grito, el Guajhú, son las fuerzas de las palabras de sus escritores, hechos tierras, piel aradas o cicatrices, marangatu y dolor, palabras guaraní y yuyos para el mate.

Maurizio Bagatin, 1 de mayo 2022
Imagen: José Sequera, Barrio de Asunción, 2019

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