Entramos en un cuadro de Brueghel y no saldremos nunca más.
Una cruz, una espada y un patrón, la historia de siempre, el dominio del hombre sobre otro hombre; médicos y curas para sanar el cuerpo y el alma, y presencias apenas visibles, un veterinario para los animales, el policía para resguardar el poder constituido. Una sociedad que tal vez añoramos ahora, pero nunca en su totalidad. La miseria y la violencia se redimían en la confesión, el miedo y el hambre con vino y polenta, la compasión con una mirada y con pan blanco.
El árbol de los suecos es poesía, poesía inmanente. El perpetuo rezar de mujeres y la piedad de la puerta siempre abierta para todos y, ante todo, para los más pobres entre los pobres, los últimos.
Hoz y martillo antes de cualquier revolución social; herramientas de trabajo y herramientas educativas, en aquella época así se educaban a los hijos: trabajando. Y sin el uso de toda esta herramienta no pudo haber más transmisión de nada, las palabras ya fueron insuficientes. Que un hijo de un campesino haya frecuentado una escuela era ya una revolución. A la Montessori no le sirvió de nada el positivismo. Ella fue muy adelantada por su época.
Las fabulas frente a las fogatas, las leyendas y las supersticiones dominaron el mundo campesino por miles de años. La felicidad era la fiesta del santo patrón o de la virgen María, la llegada de la primavera, del macatero con sus ofertas ambulantes, el charlatán del pueblo, la curandera. No salimos del feudalismo sino para entrar en una fábrica. Paso breve y violento, un trauma que nosotros, los analógicos, aun sufrimos.
El Maestro Ermanno Olmi hizo dialogar Jesús con Marx, expresando el tormento de un mundo más allá de la fe y de las ideologías, simplemente en un silencio que valía mil palabras y con el dolor de unos que era, entonces, el dolor de todos.
Fue la primera película que vi proyectada en pantalla grande. Un mundo que ya había desaparecido, estando aún vivo en el imaginario de nuestra colectividad. Una poesía sin héroes y sin villanos, sí con toda aquella humanidad que aún hoy seguimos buscando.
Mau
Maurizio Bagatin, 1 agosto 2022
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