Mama huayco, Mamá huayco, la madre de todos los huaycos: al fin, te encontré.
Allí estabas, tan imponentemente mansa, mansa y temible, luciendo oronda el zarpazo desmesurado del cosmos, ese que arrancó de cuajo media montaña y la echó a andar para que la vida siga, para que brinde sus frutos y sus hijos se alimenten y brinden también comida a sus propios hijos y el mundo siga andando y nadie diga de ese mundo -el mundo donde las montañas respiran y se mueven- que es un mundo ingrato y desencantado: la ingratitud y el desencanto va con uno, se ancla en los ojos que lo miran así, naufraga en el corazón que padece porque no sabe vivir, vida que late siempre porque vida es y más si esa vida trepa por los cerros, los hace brillar y derrumbarse si quieren, vida que se vuelve huayco, Mama huayco.
Mamá huayco: belleza irredenta perdida en medio de la serranía infinita, sólo era cuestión de elevar tus pasos y admirarte en toda tu descarnada potencia y saber, saberte, que sigues viva y latiendo como late ese mundo sobre el cual te despeñaste para fertilizar anhelos e ilusiones, para sembrar el pan de la pasión y la justicia, para inundar las quebradas con ese impulso sin freno que busca un cauce, una virtud, un destino, una manera, la más propia, la más terrenal, de entender y de ejercer la libertad, esa libertad avasallante que llena el vacío de tumultuosas piedras que ruedan y ruedan buscando, ellas también, su marca en el camino, su huella en el horizonte, su estar siendo siempre presentes, siempre altivas, siempre tuyas, Mama huayco.
Por eso, Mama Huayco, nada se compara al amor irrefrenable que desatas dentro mío, nada es tan señalador y admirable como sentir ese amor, nada es tan pleno y tan gratificante como vivirlo en mi piel, sentirlo caricia, sentirlo tu olor, tu olor de madre, Mama huayco.
Pasaran mil años, y será igual.
Pasarán miles de millones de años, y nada cambiará: con tu luz, que ahora iluminan mis huellas, mis heridas que son mis huellas, sé, con toda mi fe y con todo el amor que atesoro, que seguirás allí entre las montañas, que seguirás aquí, dentro mío, que seguirás siendo mi faro y mi muelle y el mar profundo y la playa, y la selva y la sombra de los árboles, y el agua del arroyo y la piedra serena pero que un día, ese día, se vuelve huayco, te vuelves huayco, Mama huayco.
Por esa eternidad que me nutre, por ese saberme siempre acompañado por vos, por este fin que es un principio y la forja de otro lazo, un nuevo vínculo, es que te celebro y te escribo, Mamá huayco, Diosa Madre, Mama huayco.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 12 de agosto de 2022
Nota a las fotos: en una se puede ver el cono de deyección -un triángulo isósceles algo desquiciado
- que dejó el derrumbe del cerro. En otra, se advierte que también la montaña de Mullumarka se vino abajo. Habrá que volver a ir a ver in situ los alcances de este cataclismo de agosto, cuando la tierra se despierta y se mueve más que nunca.
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