Como un precursor. Homero y quienes antes de él. Todos parecemos a la reencarnación de alguien o de algo. Algo similar es el oficio al cual vamos pareciéndonos todos, el carnicero al toro, el albañil a una piedra o a un ladrillo, Tabucchi a Pessoa. Algunos al Zelig de Woody Allen.
Hay un rincón en nuestra memoria que nos deleitará siempre, es suficiente alimentar el instante de ocio que reclama nuestro cuerpo, que desea nuestra mente. El sordo silencio del momento que pertenece solamente al abrir y cerrar de los ojos. ¡Eureka! O la iluminación, el punto preciso del fuego, la ocasión aprovechada o pérdida, la certeza y la vacilación, el imperceptible aleteo del colibrí.
Recordamos la memoria de los demás, se reviven aventuras nunca vividas en la propia piel. Antes de un delirio o del fin: I think the writing is eating up myself (Creo que la escritura me está consumiendo) escribió Iggy Pop, su poesía a los setenta años sigue fluyendo como las fantasmagorías de la modernidad…en la tierra donde nací es otro el forjar seres humanos, como si tuviéramos que ser iguales, en la fuerza y en el suplicio, y por suerte que hubo mestizaje, el galeoto de Venecia, el ojo más oscuro del turco y alguien de paso después de las dos guerras…y todo aparece como las imágenes pensamiento de Walter Benjamin.
El rock de los años ochenta ya es el rock del reflujo. En una pieza se encierra todo el devenir de una nueva época. Entran en las discotecas moros y cristianos, ayer hippie, hoy yuppie, se abrazan y se besan, caminan hacia la barra y piden gin tonic, cuba libre, un Negroni.
Comedia o tragedia dependiendo de la distancia, del lente y de la luz con la cual veamos; ridiculeces y bizarrías según quien lo cuente y como lo cuente. A veces es el silencio de algunas calles en un cualquier domingo de todas las estaciones del año, Ariccia en enero, Montelupone en agosto, la narración de Paul Bowles al final de El cielo protector.
Maurizio Bagatin, 13 de septiembre 2022
Imagen: Valentine Hugo, 1937
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