Thomas Bernhard nunca fue un escritor de terror


Texto leído en ocasión de la presentación de Doble Filo, Antología internacional de cuentos de terror en español.

“Por emoción, sugestión y horror, el silencio de un momento parecía tener la duración de épocas enteras” -Fernando Pessoa-

Thomas Bernhard nunca fue un escritor de terror, solo creaba las atmosferas, quizás, para intentar serlo. Se narra que en el pueblo donde vivía, su deseo era crear la atmosfera ideal, en la cual los niños del pueblo pudieran sentir el miedo a la sola presencia del escritor. No lo logró, pero intentó crear la atmosfera ideal, una atmosfera de terror. Y fue lo que supieron crear también otros escritores, los cuales nunca fueron clasificados de autores de terror: Alain Robbe-Grillet y Friedrich Dürrenmatt, por ejemplo. En toda buena literatura hay un carácter rebelde, una condición demoniaca, diría Georges Bataille, donde las dudas parecen ser mayores que las certezas; es ahí donde la imaginación va más allá y sigue meandros adonde licantropía y canibalismo, pesadillas y sin sentido, fantasmas y la realidad generan vapores tenebrosos, palabras que sacuden la fantasía.

El terror en la literatura es Ismail Kadaré que en lo grotesco intenta disfrazar los horrores políticos de las dictaduras, es Pirandello ofreciéndoles una máscara a sus personajes, es Kafka metamorfoseando a Gregorio Samsa, es el grito de horror del Coronel Kurtz en Joseph Conrad, son los seres imaginarios de Borges, los ángeles y los demonios de Swedenborg, el Apocalipsis de Juan el evangelista.

Como bien prologa Daniel, miedo, horror y aversión son los ingredientes ideales para crear un género literario. Miedo, horror y aversión, todos juntos o en dosis desiguales, no importa, no hay receta a la cual el narrador no desee aportar con su toque mágico, como todo buen cocinero será él que define cuanto miedo hay que añadir, cuanto horror necesite y cuantas aversión impresionará la narración. Añadiéndole el dolor, el dolor casi mítico en el José María Arguedas de El zorro de arriba y el zorro de abajo, desde el alba del mundo los tres ingredientes son la esencia de nuestras existencias. En esta memoria vegetal se reúne aleatoriamente el terror de habla española, el más verde y el ya maduro, en intimidad y en mala compañía, siempre lectura que deviene escritura. Buscamos o no el goce en lo estético, nos sometemos a estas sensaciones hasta padecerlas. Y si al final de cada cuento habrá el bien es porque, quizás, hay belleza.

Con Doble filo, Daniel nos ofrece un viaje insólito, sobrepasando lo racional, un viaje pavoroso adentro de un laberinto terrorífico, con su necesaria hipérbole, adonde nada es gratuito y de ahí nadie, si es un buen lector, saldrá igual después de haber leído el libro.

Maurizio Bagatin

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