Arena, arenita,
arena tapa mi huella…
El Cuchi y el Manuel Castilla: La arenosa
Arena, arenita…sabes dónde voy, siempre estás conmigo, por eso nunca me pierdo
Arena, arenita, arena nocturna rumbo a Quillacas, donde la Mamita de los arrieros y los que vagabundean al sol, arena sin límites, llenas de pozos de los tucu-tucu donde nos enterrábamos hasta la cintura y nos cagamos de risa con el Gabo y con el Marvin hasta que vino el ciclón y no nos reímos más…
Ya te sabía arenas de Oruro, valió la pena sumergirse de nuevo: antes fue con el Guille y el Willy, ¿dónde sería? Fueron horas a pie bajo el sol calcinante hasta el pueblo, hasta el rescate, hasta la mismísima Quillacas, Mamita de los cerriles de toda laya, ¡cómo sufriste gordo querido! Pensabas que te ibas a quedar allí toda la vida y hasta hoy me río, me río con vos que estás allá arriba, en el cielo de los cineastas verdaderos
Con vos igual nos extasiamos con la arena, arenita del Parapetí que brillaba y brillaba bajo la luna llena, tan bello todo como un obsequio del dios de los guaraníes para nosotros que andábamos y andábamos buscando imágenes que nos reflejaran y, sobre todo, que mostraran esa Bolivia donde nos dichábamos y que pocos, esos días, veían
Arena, arenita chaqueña, arena, arenita donde antes hubo una guerra entre hermanos, sentimos esa presencia -los muertos siempre caminaron con nosotros, vos seguís caminando conmigo ahora- pero la luna nos guiaba hacia la encrucijada de los pájaros donde estaba yaciendo y nutriendo el gran Bonifacio, el gran Tata Iyambae, a quien fuimos a honrarlo siguiendo sus huellas en la arena, en esa misma arena que también era nuestra
Arena, arenita de los recuerdos de aquel intrépido viaje que hicimos con Álvaro por el desierto costeño, a puro pisco de pera de Ica cuando se nos agotó el singani que traíamos desde La Paz city, rumbo al encuentro con Sydney y con el Café Haití y sus pisco sour que nos llevaron a otros mundos que eran también los nuestros y luego de la arena al barro inmemorial de las selvas y a Puerto Maldonado y vuelta a la patria, a Cobija, donde nos despedimos tomando cerveza nacional
Ay, arena, arenita de Atacama
Señora Arena, Monarca de las Arenas
Te recorrí para llegar hasta la Universidad de Antofagasta en busca de un documento, una historia, que anhelaba probar y recorrer con mis ojos para certificar que no hay mejor presente que el que crece de un pasado comprobado, cierto
Nunca olvidaré la dicha de los bibliotecarios -eran dos- que, frente a tanto fervor del demandante, me regalaron una de las dos copias del tesoro -para mí, lo era- que guardaban en sus archivos.
Toma, no has venido en vano desde tan lejos: era la recompensa de la arena, mon amour, my friend. Eran las memorias del Factor Lozano, eran memorias de los desiertos, memorias de la arena
La arena, jilata: yendo de la cama al living, como diría el que te dije, yendo desde Salinas hasta Jirira, recogiendo cada paso, cada año, hasta la próxima vez
Arenas de Lípez con el Alfonsito
Arenas del Beni con el Riki -y arenas del camino siempre con vos siempre con vos siempre
Arenas de la pasión, nunca la duda
Las arenas, mamá, donde buscabas tus piedritas, que tengo conmigo
La arena del destino, siempre la arena
Todas las arenas con la Carolina
Una: la arena de la Playa de la Sirena, vos, sabés, mi sirena...
Todas mis arenas
La arena de acá arriba, arriba de la casa, hacia la cordillera, la arena de arriba, arena, arenita tapa mi huella para que yo vuelva a verla porque “Cuando uno se va y no vuelve/canta llorando y no sueña”.
Y si lo dicta el poeta-qué-más-me-conmueve, mejor que lo crean.
A “Chichizo” López, allí donde se encuentre,.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 9 de noviembre de 2022
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