Las grietas



Las grietas son un mundo enigmático. Te atraen aún sabiendo que ellas pueden tragarte, abolirte, masticarte entre sus fauces. Pero aún así lo frecuentas. Son un imán. Te preguntas los por qué. E intentas una respuesta tras otra e igual sigues sin saberlo: ¿qué es lo que te impulsa a internarte allí?


Vas de la luz a la oscuridad. Vas del calor al frío. Vas de lo pródigo a lo escueto: las grietas son minimalistas, estrictas, desnudas, vacías. La tierra desgarrada. Cargan una hostilidad que abruma, son temibles. E igual te empeñas, igual insistes.


¿Será que sumergirse en ese adentro insondable, alejándote de la diversidad del afuera provoca sentimientos de arraigo, de revelación, de reconocimiento?


¿Te recuerda a la caverna platónica y buscas seguir aprendiendo?


En su pentalogía, el gran Manuel Scorza cuenta que los comuneros de la sierra peruana -los mismos que ahora marchan hacia Lima-, esos años, los 60s, para no sentirse solos y abandonados en sus luchas por la tierra. usaban radios para escuchar estaciones de onda corta y saber que decían de ellos, de las masacres que sufrían y de un tercer mundo en rebelión. Para ocultar las radios, usaban cuevas o aleros de los cerros, a gran altura, encima de las punas. ¿Será que en las grietas sigues sintiendo vivo ese ardor, esa fragua, esa voluntad de no rendirse?


Son un mundo clandestino, las grietas. No hay redención posible allí adentro. Y, sin embargo, acudes porque sabes que, si regresas, si la montaña no se cierra encima de ti, si te deja salir, si puedes volver al mundo que dejaste afuera, sales y lo agradeces, sales y lo celebras, sales y ofrendas y en esa gratitud, la vida, tu vida, recrudece, se fortalece, respira cada vez más pura, cada vez más plena, cada vez más verdadera.


Pablo Cingolani
Antaqawa, 18 de enero de 2023

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