La hermana de la mina


Colquiri, años setenta, la dictadura de Banzer y las radios mineras son la síntesis del país. Desde una ventana improvisada sale la música que acompaña a los jóvenes mineros, Los Ovnis de Huanuni, rock y neumoconiosis. Extracción de minerales casi como en el medioevo y brutales dictaduras, jesuitas tercermundistas (los bolcheviques del Vaticano, decía Octavio Paz) que van reclamando justicia y líderes de toda las posibles izquierdas armando sindicatos. Con un enorme bolo de coca entran al infierno diario y a la salida tienen aún fuerza y tiempo para reunirse, organizarse, luchar. Karina empieza narrándonos todo esto y mucho más, mientras disfrutamos de un charquekan en un agachadito en El Alto, son las cuatro de la tarde y el sol ya otoñal está mirando el horizonte altiplánico, muy pronto se deslizará detrás del Illimani. La escuchamos.

Todas aquellas familias mineras sobreviven con la única riqueza que tienen, un número de hijos que nunca es menor a la media docena, muchos carbohidratos, coca y alcohol y las fiestas. Hernán era el bicicletero de mi barrio, con ocho hijos y una mujer acabada a los 45 años llegaron a Cochabamba, provenientes de Atocha; él era un trabajador increíblemente habiloso, con un destornillador y un alicate en las manos te arreglaba cualquier cosa, una radio, una bicicleta, una licuadora, soldaba los imposible y te iba instalando toda una conexión eléctrica de una vivienda. Un día me dijo que dos de sus hijos ya eran profesionales, los dos ingenieros, uno industrial y el otro civil: “Y ninguno de los dos sabe soldar y tampoco agarrar una amoladora o un taladro en las manos…”. “En la Comibol teníamos una excelente preparación, hasta los Mauser del ’52 sabíamos desarmar y armar, perfeccionándolos…”, me sigue contando.

A los siete años la hermana de Karina fue raptada y llevada a Santa Cruz de la Sierra por su “maestro” de colegio - nadie se acordaba siquiera el nombre del “maestro” - y de inmediato empezaron las búsquedas, consultando parientes en La Paz, en Oruro, viajando hasta Cochabamba, pero de ella ni la sombra, nos cuenta Karina que la vida siguió y con muchos hermanos y hermanas, primos, sobrinos alrededor, aunque tristemente, uno va poniendo en el olvido también la desaparición de una hermana. Y los años transcurren.

“MI papá nunca perdió la esperanza, en cuanto a mi mamá, ella, como todas las mujeres, sabemos ocultar mejor el dolor”. Se acomodaron en Cochabamba, consiguieron trabajo y un lotecito donde construir una pequeña vivienda, es la historia de miles relocalizados en este país. Karina creció y ya bachiller se anima en ir a un programa televisivo en el cual ayudan en la búsqueda de parientes, amigos y vecinos desaparecidos; graban el programa que vendrá difundido también en los canales regionales del canal televisivo en La Paz, Oruro, Santa Cruz y Tarija.

El padre de Karina fue perseguido durante la dictadura, su vida era siempre en fuga, volviendo solo para dejarle otro hijo que cuidar a la pobre mujer, que en dos precarios ambientes llevaba adelante la entera familia. Once fueron los que la fuerte mujer parió, y seis de ellos no lograron alcanzar la edad escolar. Se acuerda muy bien Karina que a la muerte de Banzer el padre bailó, y fue una de las raras veces que ella y sus hermanos y los demás parientes lo vieron bailar, una de las pocas veces que finalmente lo vieron feliz.

Después de algunos días de haber aparecido a la televisión, una llamada telefónica desata el llanto a todos los familiares reunidos. Una voz tímida revela ser la de la hermana que desde hace veinte siete años están buscando. Llama desde Santa Cruz, ahí fue por algunos años la empleada de una familia ricachona, hasta el día que otra persona más listo del “maestro”, engatusándola, se la llevó al Beni, hasta la edad de veinte años, luego conoció a un hombre y con el regresó a Santa Cruz. Ahora ya tenía formada una familia, hijos, hijas, un marido flojo y 27 años sin ver a sus padres.

“Historias como esta deben haber miles, aquí y en la China”, nos dice Karina mientras se sirve más llajwa en la papa y en el huevo duro del charquekan. El sol ya está detrás del Illimani, sonríe y nos mira contenta de habernos contado esta parte de su vida. Salimos del agachadito y subimos a la pasarela para cruzar La Ceja y dirigirnos hacia el aeropuerto de El Alto. Desde lo alto de la pasarela saco unas fotos al hormiguero humano que seguramente sabe hacia dónde se está dirigiendo. Siempre en movimiento, el ser humano asume siempre saber dónde está yendo, menos la hermana de Karina, aquella vez que fue raptada por su “maestro” y llevada a otra vida, sin saber que después de veinte siete años, la perseverancia de Karina permitirá que se reúna a su familia.

Maurizio Bagatin, 24 de marzo 2023
Imágenes: Una mina en Colquiri y Los Ovnis de Huanuni



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