Nos despertamos en la noche, llovía, el silencio envolvía las delicadas gotas que se arrimaban en el techo. El deseado petricor del dilúculo. Desempolvo un texto de hace unos años.
La tierra desea una caricia. Una caricia húmeda. El cielo es azul agua marina, en pocos minutos amarillo azafrán, luego rojo como una amapola, me doy la vuelta y miro el cerro y todo se hace azul cobalto. Mi olfato entumece, deseado petricor que despierta nuevos humores, el bochorno se aleja, el verde es iris para todos mis sentidos.
Sequedad en la tierra, en el ambiente, canícula en el carácter, en el ánimo humano…regamos amor y sembramos, sembramos y luego volvemos a regar…ayer en la tarde no respiramos.
A 360º la mirada, un viraje que deslumbra las ruinas, los escombros de nuestros pasos: la paz interior del campesino y del anacoreta, del solitario urbano y del joven en crisis, campos de ortigas y girasoles, recorrido y estasis en un día abrumador.
La memoria, dice el poeta, modifica el pasado, el hoy crepuscular y melancólico necesita un líquido que apague la sed, y el recuerdo sea como la explosión de la semilla bajo la tierra…nos encontramos en la poesía cuando la extrema intensidad de la percepción sensorial cause una subversión de la percepción filosófica del mundo…endorfinas del momento capilar.
Maurizio Bagatin, noviembre 2017
Foto: El Cristo de la Concordia
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