Casco, fusil y un poco de droga


Márcia Batista Ramos


“Vivir y dejar vivir

No importa cómo todo termine

Estos perdidos, bajo el cielo,

Yacen como amigos.

Perdonan los odios

No importa cuánto odiaran;

Por la vida separados

Y por la muerte unidos.” John Pudney


Alguien dijo por ahí, que no hay guerra sin drogas. La verdad, es que el ser humano está hecho para amar no para guerrear. La guerra y el asesinato no son situaciones naturales para ningún ser humano, eso explica, por qué militares de todas las épocas, sin experiencia previa con las drogas, acaban consumiendo cualquier sustancia que les estimule, relaje o ayude a olvidar o a soportar una situación para la que nadie está preparado, especialmente cuando el reclutamiento es forzoso. Seguramente, por eso es que las drogas son substancias ampliamente difundidas en los conflictos bélicos desde tiempos inmemorables, cuando los hombres quisieron ser más que cazadores y decidieron ser guerreros. Entonces, para superar el miedo, aumentar la resistencia o energía durante la batalla, los guerreros se intoxicaban y se enfrentaban a la muerte matando, destripando con saña, sin asco… bajo el efecto de sustancias psicoactivas. Los guerreros vikingos utilizaban hongos alucinógenos, principalmente “amanita muscaria”, los zulúes utilizaban extractos de diversas plantas “mágicas” y los kamikazes japoneses utilizaban “tokkou-jo”, “pastillas de asalto”: metanfetamina, para luchar con audacia y furia temerarias.

Las guerras no tienen sueños, ni flores, tal vez por eso, las drogas y la guerra tienen una larga y estrecha relación, especialmente debido a su consumo por parte de los combatientes. Las drogas siempre estuvieron en el frente, los aztecas, tomaban un brebaje llamado “pulque” o “aguamiel”. Las milicias somalíes, además de ingerir comprimidos psicoactivos como el benzodiacepina e inhalar disolventes, tenían por costumbre mascar “khat”. Los brotes y las hojas de “khat”, cuando se mastican, causan euforia, esta planta se utilizaba con fines medicinales y recreativos, hasta que se hizo muy popular durante la guerra entre Etiopía y Eritrea (1998-2000).

Christian D. Villanueva López, director de la revista “Ejércitos”, afirma: “Nos guste o no, las drogas son de uso común en casi cualquier ejército, lugar y fecha. Ninguna guerra es distinta en este sentido”.

Yo siempre digo que las guerras son miserables e innecesarias. No me gusta pensar en el sufrimiento de los civiles que abortan sus ideas antes que nazcan, sus sueños y sus vidas. No me gusta pensar en los soldados, obligados a luchar, con miedo a matar y a morir. No me gustan los destrozos de la guerra, ni los muertos inmóviles. Tampoco, me gustan las sirenas, ni los bombardeos. No me gusta nada de las miserias de la guerra.

Los hoplitas de las Ciudades-Estado de la Antigua Grecia, antes de las batallas consumían vino, muchas veces excesivamente, pues llegaban a la reyerta totalmente embriagados, para sólo así, sentirse fuertes y valientes. Aunque no era lo único que ingerían los soldados griegos, tal y como atestigua Martin Booth, en “Opium en A History”: “Para los griegos, el opio era algo corriente.” Es sabido que Homero en la Ilíada cuenta que, los helenos fumaban opio, principalmente como analgésico para soportar el dolor de las heridas y luchaban ebrios de vino con opio y miel, un brebaje que se daba como refuerzo a los atletas que entrenaban para los Juegos Olímpicos.

El escritor polonés Łukasz Kamieński, en su libro “Las Drogas en la Guerra” escribe:

“La primera referencia a la adormidera en la literatura griega aparece en las epopeyas de Homero y se centra en sus propiedades depresoras. Hay un pasaje de la Odisea en el que se describe cómo el dolor y la pena por los compañeros caídos en la guerra de Troya se ahogan en la «bebida del olvido», el llamado nepenthés. Lo especialmente revelador aquí es el hecho de que los intentos por aliviar el dolor de la guerra —los síntomas de la neurosis y la fatiga de combate— se remonten a los tiempos de Homero. Y es que, tal y como nos dicen los psiquiatras y los antropólogos, el coste psicológico de la guerra es en la actualidad similar al de hace dos mil años, pues se trata de emociones y sentimientos inherentes a la especie humana. Helena ofrece nepenthés, un «remedio líquido», al hijo de Odiseo, Telémaco, quien en el curso de su largo viaje en busca de su padre ha llegado a la corte de su marido, el rey Menelao. Dice el poema:

Pero entonces otra cosa decidió Helena, nacida de Zeus. Al punto

vertió en el vino que bebían una droga que borraba la pena y la amargura

y suscitaba olvido de todos los pesares. Quien la tomara, una vez que se

había mezclado en la crátera, no derramaba, al menos en un día, llanto

por sus mejillas, ni, aunque se le muriera su madre y su padre, ni si ante

ellos cayeran destrozados por el bronce su hermano o un hijo querido y lo

viera con sus ojos. Tales ingeniosos remedios, poseía la hija de Zeus.

Al contrario de lo que se creía anteriormente, el nepenthés, la bebida que acalla todos los dolores y discrepancias, no se elaboraba con hachís, sino con opio. Los griegos lo disolvían en alcohol para obtener una mezcla que más tarde recibiría el nombre de «láudano» (derivado del latín laudare, que significa ‘elogiar’), la espléndida tintura de opio creada hacia el año 1525 por Paracelso, el famoso «padre de la farmacología moderna». (…) Volviendo a la Antigüedad, los griegos utilizaban la solución de opio y alcohol no solo después de las batallas —para apaciguar los nervios, atenuar las penas, soportar el dolor y aliviar los recuerdos desagradables—, sino posiblemente también antes, para inspirar valor en los guerreros que iban a la batalla, cosa muy probable dado el uso que del opio hacían los atletas.”

El término “psicotrópico”, lo que comúnmente conocemos como “droga”, proviene de dos palabras griegas: psyché (mente) y trépo (tornar, volver, cambiar). Así que, de acuerdo con su etimología, una sustancia psicotrópica será aquella que actúe sobre el sistema nervioso, sobre la mente, provocando cambios en la percepción, el ánimo, la conciencia y el comportamiento.

Los romanos consumían una bebida a base de opio llamada “vino crético” para combatir el insomnio, y también “mêkonion” de hojas de amapola, que era menos potente. El opio se podía comprar en forma de pequeñas tabletas en puestos especializados en la mayoría de los mercados. Aunque las drogas más comunes fueron el opio y el cannabis, pero por el Mediterráneo antiguo circularon cientos de tipos de drogas como la cicuta, las setas venenosas, la mandrágora o la belladona. Eran usadas en infusiones, maceradas, aplicadas en aceites, inhalando polvo o a través de gotas en los ojos.

Obviamente, que los griegos y los romanos no fueron los primeros en utilizar las drogas como elixir de valentía para ir a una guerra, ya que, como cita John Mann, en “Murder, Magic and Medicine”: “Las culturas humanas siempre han experimentado con extractos de los animales y plantas con los que coexisten. Algunos de estos extractos resultaron venenosos, otros producían alucinaciones y muchos tenían propiedades medicinales.”

Fue después de la desastrosa guerra del Vietnam, que se habló ampliamente sobre el uso de las drogas en la guerra, ya que el número de veteranos que regresó dependiente de psicotrópicos era tanto, que no se podía obviar la temática. Además, la guerra del Vietnam llegó a ser conocida como la primera guerra farmacológica, por el consumo sin precedentes de sustancias, tanto legales como ilegales. Al punto que, gran parte de las adicciones tuviesen su causa en el suministro oficial.

La marihuana y la heroína, consideradas el enemigo público número uno entre los miembros de las fuerzas estadunidenses. A punto que, en 1973, año de la retirada de las fuerzas de Estados Unidos, el 70% de los soldados consumía estupefacientes. Aparte de beber alcohol en profusión, un 51% fumaba marihuana, un 28% consumía drogas duras como, heroína y casi el 31% tomaba sustancias psicodélicas; comprobando que las guerras cambian la vida para siempre y los fantasmas siempre estarán presentes después que los poderosos anuncien que la guerra acabó y los medios empiecen a mostrar las cifras verdaderas, como dígitos sin rostro ni alma.

Es importante notar que los psicotrópicos, se dividían entre las sustancias “oficiales”, recetadas y distribuidas por las autoridades militares, y las “autor recetadas” por los propios combatientes. En obras como “Las Drogas en la Guerra” de Lukasz Kamienski se analizan en profundidad todo el espectro de la alteración de la consciencia con fines bélicos, desde la distribución de vino para animar a las tropas, hasta los planes estadounidenses de rociar a las tropas soviéticas con LSD. Lukasz Kamienski, destaca el uso del alcohol, usado como anestésico, estimulante, relajante y fortalecedor.

En el Imperio Británico, fue posible su expansión, gracias al ron que daban a los marinos y soldados; mientras que el ejército ruso se valió del vodka. En Chechenia los soldados llegaron a canjear blindados por cajas de vodka para soportar mejor los rigores de la vida en campaña.

En su libro Lukasz Kamienski, describe el empleo del alcohol y las drogas de manera cronológica, hasta llegar a las guerras actuales, con el ISIS bajo el efecto de “captagón” (fenetilina) y los estadounidenses usando el psicoestimulante de nueva generación “modafinilo”, muy eficaz para combatir la fatiga y la privación del sueño.

Las guerras fluctúan sin importar con la vida humana, por eso los soldados son reemplazables y los civiles son estadísticas. En las guerras, de antes o de ahora, en el intento de ganar, sin importar los costos, las drogas sirven como elixir de valentía, ejemplo de eso quedó registrado por la bbc noticias, la reflexión del soldado republicano Juan Alonso cuando en mayo de 1937 sus superiores le ascendieron de teniente a capitán por el coraje ejemplar que demostró en el campo de batalla:"Yo, ¡el gran cobarde!, convertido en héroe gracias a una brutal borrachera de morfina".

Las drogas siempre están en el frente, por eso no es de extrañarse que, recientemente, apareció en internet un informe del Royal United Services Institute, que señala que los rusos dicen haber descubierto laboratorios donde los ucranianos fabricaban metanfetaminas.

También se ha sabido de la aparición de nuevas drogas como la “desomorfina” (un opiáceo sintético fácil de producir nombrado a veces como “la heroína de los pobres”) o el “alfa-PVP” o “flakka” (un estimulante similar a la anfetamina conocido también como “grava” por su aspecto, semejante a una piedra machacada).

Según Villanueva, exmilitar español que estudió Ciencias Políticas, que coordinó el libro “La guerra de Ucrania. Los 100 días que cambiaron Europa” y que estuvo desplegado en Afganistán, las drogas son parte consustancial de cualquier guerra. “La experiencia me dice que todos los ejércitos tienen fácil acceso a todo tipo de productos: desde drogas sintéticas a polen, incluso a medicamentos ordinarios”.

La regla no escrita es: a mayor brutalidad del conflicto, mayor número de militares que se drogan. Con otra variable aplicable a Ucrania: cuando los ejércitos son irregulares (categoría en la que entraría el Grupo Wagner, los talibanes, los grupos rebeldes de Uganda, Liberia, Sierra Leona o Níger, los combatientes y terroristas chechenos, las milicias somalíes, los terroristas de Hamas y otros), mayor probabilidad de combatientes zombis.

Por ejemplo, la experiencia que tuvo con el hachís el ejército napoleónico desplegado en junio de 1798 en Egipto (donde estaba prohibido el alcohol), cuya conquista era vista como la antesala de un ataque contra la India británica, fue un auténtico desastre. La marihuana no animaba a los galos a combatir, por lo que Napoleón vetó el hachís local en octubre de 1800.

Una de las conclusiones del libro de Łukasz Kamieński es que hay multitud de investigaciones en curso para obtener una “bala mágica” capaz de revolucionar el rendimiento y el humor de los soldados.

Los combatientes han recurrido a toda clase de sustancias para aumentar su rendimiento o para aliviar sus infortunios, desde el vino y el opio usados por los hoplitas griegos hasta el “Dexedrine” empleado por cualquier piloto de combate para mantenerse alerta.

Existe abundante información que circula en Internet sobre la temática de las drogas y las guerras, empero, en una guerra nadie piensa en la “Guerra contra las Drogas”, por el contrario, todos distribuyen (hipócritamente) drogas para sus soldados, porque los intereses económicos detrás del frente, suelen ser inmensos. Por eso, la Primera Guerra Mundial fue la guerra de la cocaína, que se podía comprar en la mayoría de las farmacias. La cocaína se distribuía a las tropas británicas, alemanas, australianas y canadienses para aumentar su rendimiento.

La Segunda Guerra Mundial trajo la metanfetamina, principalmente bajo el nombre de “Pervitin” y la anfetamina conocida como bencedrina, sin dejar de usar todo lo anterior. El Tercer Reich, fue un régimen de adictos a las drogas. La metanfetamina de curso legal se hizo popular entre la población y llegó a ser el doping militar que contribuyó a increíbles victorias de la guerra relámpago.

En los ejércitos españoles el alcohol era la sustancia prevalente. No es que a lo largo de los conflictos coloniales como el del Rif no usasen los “productos locales”. De hecho, se autorizó el consumo de “kif” (hachís) por los soldados marroquíes alistados en las unidades españolas.

Alguien dijo por ahí, que no hay guerra sin drogas. La verdad, es que la guerra en sí, es una droga. Para cada humano, matar y eventualmente morir, representa un trauma; la guerra deshumaniza a todos los involucrados, porque significa un verdadero desafío a la naturaleza humana. ¡Casco, fusil, un poco de droga para matar y morir en cualquier guerra!

El poeta chileno, Oscar Hahn (1938) reflexiona sobre la euforia y la muerte anónima de los soldados que van a la guerra en el siguiente poema:

“En la tumba del soldado desconocido - Oscar Hahn

Con qué alegría marchan los hombres a la guerra

Con qué entusiasmo limpian y cargan sus fusiles

Con qué fervor cantan sus himnos de combate

Con qué ansiedad toman su puesto en la trinchera

Con qué inquietud oyen el ruido de las bombas

Con qué insistencia silban las balas en el aire

Con qué lentitud corre la sangre por su frente

Con qué estupor miran sus ojos el vacío

Con qué rigidez yacen sus cuerpos en el barro

Con qué premura son arrojados en la fosa

Con qué rapidez son olvidados para siempre”

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