Siempre amé el silencio y esta palabra no tan silenciosa, macurca.
Volvimos del campo hoy con las dos, la profundidad del silencio y la macurca en nuestras piernas. Es maestro el campo y el silencio enorme profesor. Será que nos siguen faltando estas clases peripatéticas, un Aristóteles criollo y la poesía.
En las ciudades ya no veo al flâneur deambulando. Comparto hoy la incomodidad del hombre de la multitud y “esta gran desgracia, de no poder estar solo”.
La ciudad se derrite bajo el sol de noviembre, fermenta en ausencia de otredad, del instante que crearía una situación. Salgo en búsqueda de lo más escondido, camuflando el andar, el ir, el volver, el retornar. Un verbo. En los pasos de Walter Benjamin, su Berlín, su Paris, su Moscú, nuestras ciudades abstractas e inciertas retornan a pulsar al solo recuerdo.
“Cada época no sólo sueña con la siguiente sino que, al soñar, la impulsa a despertar”. Al paso incierto y desocupado y en la imagen en blanco y negro, hoy en su sombra prevalece el silencio.
No fuimos a buscar el agua sino la alegría de la gente, el abstracto narrar de peripecias surreales, como llegaron hasta aquí, cuál fue su camino, la ilusión, el sueño de entonces.
Vuelvo al silencio del campo y a la macurca al despertar de mañana. Quizás a todo lo que la retina del ojo ha capturado, al sudor derramado, a la sonrisa de la gente que compartió el día.
Maurizio Bagatin, noviembre 2023
Imágenes: Wagini, su gente, el paisaje.
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