Viajes literarios


El doctor Zhivago no subió al tren. Todo parece estar fuera de horario hoy, el clima, las citas de nuestras vidas, la señora de la esquina que olvidó botar la basura a las siete de la mañana, el tren que debía tomar el Doctor Zhivago. No es lo mismo y la historia juzgará, pero la poesía quedará para siempre.

Bajo el nogal leíamos las aventuras de Zagor, las peripecias de Corto Maltese, el grotesco Alan Ford y algunas que otras novelitas cursis, las letras estaban aun en manos de los médicos, de los curas, de los pocos extrovertidos e introvertidos que gestaban una próxima burguesía lista en acomodarse. El primer dibujo que hice en la escuela fueron dos personas con las cabezas cuadradas. Lo recuerdo aun, cinco años y tanta memoria para ser depositada en unos lápices arcoíris y una hoja que hoy extraño. Y lo recuerdo como el primer viaje que hice en tren, viaje a Bélgica, al país negro, de chocolate, carbón y cerveza, negro en su bandera, negro en su macabra presencia en el continente negro.

En Florencia fuimos como unos droogs, un poco Alex Delarge y un poco Jeffrey Lebowski, figuras paralelas de un nihilismo pacifista, éramos unas naranjas mecánicas para los años ochenta, unos frutos imperfectos. Caminábamos sobre piedras que recordaban el Renacimiento; de repente Giovanni Papini se nos muestra como una contradicción.

Queda atónita la mente del hombre. Un verso de Paul Celan -la literatura y el mal, me sugirió el Gótico anoche - y más allá de la banalidad del mal, el silencio de Heidegger. Hoy, el ruido de fondo de las guerras, de los genocidios, de las barbaries, es pan cotidiano. Se da espectáculo, como la noticia que la NASA hallo agua en la luna, más allá de Kubrick.

Hay calendarios que conservan sus fuerzas, su vigor, y otros que se han ido desmoronando. En una página de Tirinea -este imaginario clandestino de Jesús Urzagasti- leo: “Vivo en Bolivia, país con siete universidades, lleno de montañas y llanuras, valles y aldeas hundidas misteriosamente en lo mas profundo del recuerdo. Y más seguro no puedo estar de que moriré en el continente de la esperanza”.

Ayer también las ciudades gozaron del silencio. Forzado, por cierto. Un silencio irreal y verdadero - quisiera yo lo escriba con su prosa el poeta Pessoa- que a momentos invadía y en otros parecía evadirnos. Cosas extrañas y maravillosas que permiten, hoy, que escribamos de ellas.

Maurizio Bagatin, 24 de marzo 2024
Imagen: Puqa Puqa, Sucre

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