La noche de San Lino


Márcia Batista Ramos

El día anterior, bajo el sol, las campanas de las Iglesias repicaron en el polvoriento altiplano alteño, recordando que era domingo de San Florencio. Los que venían marchando cinco días, transpirados, tenían heridas en los pies, los rostros quemados y la mente turbada de tanto mascar la hoja de coca fusionada con bicarbonato y saliva. Los que decidieron esperarlos estaban bañados, con olor a desodorante, colonia y jaboncillo.

Ni bien se acercaron la violencia hizo acto de presencia, cuando todavía resonaban las campanas del medio día. Las piedras empezaron a volar, buscando cabezas para romper y así, ofrendar sangre a la Madre Tierra, en pleno equinoccio de primavera, acabando con la paz tan precaria en el país andino. Las palabras se fueron enredando en medio a los gritos de las turbas enardecidas, una espiral de violencia entre marchistas y opositores culminó con una terrible matanza en la sede de gobierno.

Como era de esperarse, se culparon mutuamente por el baño de sangre. Todos sabían que no era culpa del destino, había muchos rencores anticipando la violencia, aun así, nada de lo ocurrido tiene justificativa.

Los que esperaban, colocaron piedras para bloquear el paso de los marchistas, pero los vecinos las retiraron para dar vía libre a la marcha, el cielo azul, sin nubes era testigo de los esfuerzos de hombres y mujeres que retiraron las piedras que los otros, los recién bañados, despejaron con volquetas sobre el asfalto.

Los vecinos, no sabían que al retirar las piedras daban paso para la sangre que llegaría a la plaza principal. Nadie sabía. ¿Quién imaginaría semejante barbarie? Nadie supuso que serían capaces de romper tantos cráneos en tan pocas horas. Además, entre tantas versiones encontradas, no se quedó claro cuál fue el desencadenante de la crisis que desembocó en la matanza.

Desde la ventana del palacio, miraban la turba que sacaba los ojos a los contrincantes. Pero, no esperaban que los marchistas, hediendo a mugre y sangre, invadan el palacio, los boten por las ventanas, los torturen en las calles y los rematen después de haberlos matado.

El enfrentamiento brutal que empezó en el domingo de San Florencio, siguió al día siguiente culminando con la matanza de la noche de San Lino que fue mucho más grave y que mayor impacto tuvo, por la brutalidad homicida que fue desplegada entre hermanos de raza, destino y partido político. Los que tanto se amaban, se dividieron, desencadenando un terrible proceso de auto exterminio, eliminándose físicamente como única forma de garantizar la propia supervivencia en el poder.

La masacre en la noche de San Lino, marca un síncope de violencia en las guerrillas urbanas de carácter partidario en el país. Porque ya nada será igual. Las diferencias políticas se arreglarán a pedrada limpia, por encima de cualquier constitución política del Estado…

Como en cualquier guerra, de cualquier país civilizado, no faltaron los grupos de mercenarios. Durante esas fatídicas horas, fueron asesinados hombres, mujeres y niños sin distinción. La única diferencia con los países ricos, es que no tenían pelo rubio y ojos azules como en Ucrania y Rusia.

Los indígenas pobres, ofrendaron sus vidas para que los indígenas ricos gobiernen y exploten a los indígenas pobres sobrevivientes.

Desde la ciudad de El Alto, escurrió la sangre hasta la hoyada, o sea, hasta la sede de gobierno, manchando la autopista y todo lugar que existe hasta llegar al palacio Quemado.

A la mañana del día siguiente, ya nadie sabía cuál era el Santo del día, el sol radiante bajo el cielo de esmalte fundido, contrastaba con el suelo pegajoso plagado de moscas y el aire fétido cargado de incertidumbre.

Publicar un comentario

0 Comentarios