Nuestros cuerpos ahora son figuras de Grosz. Anchos imperfectos y rebeldes, inquietos y sublimes. Es con el tiempo y la experiencia que han logrado moldearse así. Cicatrices de la rutina, cirugías de la decadencia, del consumo y de los golpes y el gen que así nos los restituyen.
Andan muchas veces encajonados adentro de unas mascaras de sobrevivencia. Saltimbanquis y semáforos parlantes son coreógrafos de lo absurdo, anda Tristan Tzara recorriendo la poesía de William Blake. En el espectáculo más grande del mundo, cantan, saltan y bailan, encienden y apagan las luces, se desmoronan y embalsamados vuelven a sus escenarios, nuestros cuerpos.
Nuestros cuerpos siguen respirando, van enfrentando la inacción y la ignavia del tiempo. Se contuercen, se ablandan, se aflojan y no se rinden. Hoy una ingle, mañana una rodilla, el cuerpo resiste a todo evento, no va pensando a sus traspiés diarios, al ligamento cruzado o a la grasa acumulada. El cuerpo es indolente.
Proust aliviaba la mente y el cuerpo en sus suspiros adentro de su madelaine, Degas hacia anatomía con bailarinas y caballos mientras Bacon anulaba el espejo frente a su cuerpo. Olvidamos el cuerpo y retorna la voz, volvemos en el cuerpo y desaparece toda ilusión.
Maurizio Bagatin, septiembre 2024
George Grosz, Sin titulo
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