Definió De Gaultier el bovarismo como una alteración del sentido de la realidad por la que una persona se considera otra de la que es realmente, aquello es lo que se asienta en el filósofo, siendo la secuencia final con la que el director, Júlio Bressane, cierra el film. Un film que es la representación de los días que Nietzsche transcurrió en Turín, una ciudad que le seduce tanto y le permite abandonarse y dejarse llevar por las calles, galerías, teatros, museos y parques, y en la que, finalmente, pierde la cordura y sumergido en su locura, de la cual no hemos sido capaces de entender el porqué, fallece.
La cámara, la que no es fija, baila por Turín creando imágenes de la ciudad, misma que es la última en acoger el tacto del personaje, y nos sumerge en la belleza artística que fascina a Nietzsche y se hace fascinar; justamente dice él sobre el arte: "El arte hace la vida posible. Es la gran seductora de la vida, la gran estimulante de la vida. El arte como la única fuerza de resistencia superior contra toda forma de negación de la vida”. El arte es, para Nietzsche, no solo una expresión maravillosa del ser humano, sino el modo de sobrevivir al mundo del devenir, en el que todo cambia, cada segundo se dista del otro y lo más bello que queda por hacer es crear; es hacer arte.
¿Qué arte más digno que aquel de la música? Como vemos en repetidas escenas en las que el filósofo se deleita con los sonidos rítmicos que provienen del piano que toca su hermana, o como él mismo ha caído prisionero de la fascinación por la ópera “Carmen”, asistiendo al teatro más de veinte veces por presenciarla.
No fue músico para no ser romántico como Heine, el romántico que enterró el Romanticismo, Nietzsche fue el trágico que enterró la tragedia. Sin embargo, no fallece sintiéndose un filósofo, no, Nietzsche se figura como músico; abandona esta vida digitando sus dedos sobre las rodillas, imaginando un piano… porque la vida sin música sería, para mí, un error.
Maurizio Bagatin, noviembre 2017
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