Pablo Cingolani
Desperté impulsado por un ansia febril. Sentía que algo sucedería. Salí a caminar afanoso por las montañas. Escondido, dentro de una grieta, lo vi: era un cofre. Un cofre que parecía tan antiguo como el agua. Me lancé sobre él, comencé a desenterrarlo con las manos, era pesado, muy pesado: tuve que usar todas mis fuerzas para sacarlo de allí, para tenerlo conmigo. Cuando, al fin, lo logré, cansado y satisfecho con mi hallazgo, lo abrí. La misma mañana de sol radiante, la misma mañana de sol esperanzador que me rodeaba y habitaba las montañas, estaba ahí adentro.
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