Nostalgias bolivianas


Miguel Sánchez-Ostiz

En estos días de encierro en que al desbaratar papeles y fotografías, y a andar a la deriva por las reliquias de la propia vida, se le llama ordenar, doy vueltas por Bolivia. Aquí dos fotografías. Una es de Guaqui, con el Titikaka al fondo, un día que fuimos en busca del santuario de los yatiris y nos dimos la gran caminata, que no fue aquel otro de los ensalmos –y las brujerías, carajo, qué noche…–… aquella mujer que venía hacia el santuario, despacio, y fue a perderse cerro arriba, muy arriba, por un camino casi invisible. Allí solo estábamos tres personas, el Walter, ella y yo, pasó sin vernos o sin mirarnos, como si no existiéramos.

La otra, también con el Walter, un día que íbamos camino de Chulumani, en Yungas, y paramos en una apacheta donde andaban unos campesinos a los ensalmos y pasó ese rebaño al grito de ¡Pach-Pach-Pach! Al fondo, los nevados Huayna-Potosí y Condoriri, achachilas protectores. Fue un día memorable, inquietante también, que pudo terminar mal, no ya por la carretera infernal que recorrimos como pudimos entre derrumbes y bloqueos, los precipicios, la niebla, la garúa, sino por los cocaleros y su policía que no nos quiso en Chulumani (ni comprar coquita pude allí donde anduvo Ciro Bayo) y nos invitó a largarnos de allí a la mayor brevedad. Lo conté en Cirobayesca boliviana, la crónica que me editó Renacimiento, aunque parezca mentira.


¿Fui dichoso en aquellos viajes? Mucho, como no lo he sido en mi vida. ¿Regresaría? Sin lugar a dudas, por mucho que tardemos en poder echarnos al camino. Nos esperan tiempos de encierro, me temo. No son tanto los paisajes como las gentes que he conocido y todavía pueda conocer lo que echo en falta. No me cansaré de repetirlo. En esto días de encierro, volver a las páginas de mis diarios bolivianos está siendo una eficaz puerta de escape.

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Publicado originalmente en el blog del autor, Vivir de buena gana (13/4/2020)

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