Dice un amigo: los yanquis sólo ganan las guerras en sus películas. Eso es verdad: fue con Rambo donde intentaron sacarse de encima el karma de la humillante derrota de Vietnam. Hoy, las imágenes grabadas en el aeropuerto de Kabul -tomadas por las mismas tropas del ejército norteamericano en retirada- recuerdan al Saigón setentoso.
Pero esas muchedumbres desesperadas por treparse a los aviones, develan algo más: que 45 años después, los “americanos” siguen sin entender nada, siguen invadiendo países sólo porque pueden hacerlo (porque han construido el poder militar más grande e inconcebible de la historia mundial), siguen masacrando pueblos y generando violencia fatua porque pueden hacerlo (porque creen que su democracia y su proclamado estilo de vida es bueno para los demás), y lo peor de todo: siguen sin comprender que han inventado un engendro que no sólo no controlan y está transitando su declive (allí está la China como su espejo deforme y temible) sino que, sin detenerse en su fogoneo, ahora que constatan que no sólo arrasan países sino el planeta entero (con el cambio climático), quieren exportar su modelo más allá de la Tierra y rajarse a Marte.
Los yanquis están desquiciados. Lo más dramático de todo esto es que nos arrastran consigo detrás de su locura. Porque si bien sólo ganan sus guerras en sus películas, su aparato tecnológico-cultural-ideológico es más potente y peligroso que sus tropas, y allí sí les va bien, no hay que ser ingenuos: allí ganan cotidianamente sus batallas en la tele o en las redes.
Así como ellos intentaran, como con Vietnam, reescribir su historia de fracaso en Afganistán, nosotros deberíamos pensar cómo escribir nuestra historia cada día y todos juntos intentar salir de esa trampa neuronal mediática high tech que nos impusieron y donde nos importa más el fichaje de un jugador de futbol que la desgraciada evidencia de que en América Latina más de la mitad de nuestros chicos son pobres y no se alimentan como merecen.
Pablo Cingolani
Laderas de Aruntaya, 16 de agosto de 2021
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