Acabo de ver el discurso de Biden sobre la situación afgana en directo por esa terminal neurótica que es la CNN.
¡Hubieran visto el semblante de Joe! Su habitual cara de nada o de póker se veía ensombrecida por lo que debía leer -como un autómata- en la pantalla.
A saber: que la guerra que iniciaron hace veinte años contra Afganistán ya no puede seguir, que el nunca estuvo de acuerdo con la creación de “un nuevo país” en Asia Central; que lo que sí el concebía y apoyaba era la guerra contra los “terroristas” que ponían en riesgo la seguridad norteamericana; que se gastaron 1 billón de dólares en potenciar un ejército, incluso creando una fuerza aérea que, remarcó, el talibán nunca tuvo y que, a pesar de ello, el ejército afgano creado, financiado y apoyado por el ejército más poderoso del mundo, no había resistido, no había tenido voluntad de pelear; que si eso era así, incluyendo a sus líderes, o sea a los amigos de los yanquis, no tenía sentido seguir apoyándolos ni menos enviar más tropas y alargar y escalar un conflicto que ya empezaría su tercera década.
En fin, fue una extensa cadena de letanías, lloriqueos y echadas de culpa a sus lacayos, o sea a los políticos y militares afganos, a las anteriores administraciones norteamericanas -exceptuando la de Trump, de la cual remarcó el acuerdo logrado con los talibanes y que él se propuso hacerlo cumplir y no reiniciar el conflicto-, incluso a las mismas agencias de seguridad nacional norteamericanas que no pronosticaron a tiempo el colapso que experimentó el poder constituido en Afganistán hasta que Ghani y los suyos empezaron a rajarse y los islamistas entraron desfilando a Kabul y se tomaron sin esfuerzo el palacio presidencial.
Biden, un político profesional, un añejo representante de la casta gubernamental de los Estados Unidos, buscó disfrazarse de cordero cuando, en realidad, siempre fue un león y ahora quiere jugar a zorro, diciendo yo no fui y utilizando eufemismos para ocultar que la guerra de mayor duración en la historia de su país terminó en una nueva derrota humillante, esta vez de mano de los “estudiantes”.
El rostro de Biden me hizo recuerdo a otros rostros de personeros de ese poder militar norteamericano que se cree invencible y así les va: al de esa señora que con total impudicia y descaro celebraba el asesinato de Muamar Gadafi y el de ese señor de raíces africanas anunciando satisfecho que habían matado a Osama Bin Laden. The Times They Are A-Changin’, diría el viejo Bob: hoy no hubo ni risas ni firmeza: Biden dijo lo que tenía que decir, traducido para la tribuna: la cagamos y, por ahora, en Afganistán, no queremos cagarla más.
Cuando terminó su discurso, en medio del vocerío de los periodistas que pugnaban por preguntar, Joe abandonó los micrófonos, se dio la vuelta y, velozmente, se fue con su cara de culo a gimotear de impotencia a otra parte.
Pablo Cingolani
Laderas de Aruntaya, 16 de agosto de 2021
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