Vivir un cuento


El Corto, siempre el maltés.

En estos tiempos confusos y desencantados, cómo no recordarlo y cada quien, según su deseo, vivir un cuento, una novela, un poema, vivir la vida líricamente, lejos de esos encasillamientos esquizoides donde nos quieren enchufar los cretinos y desalmados de siempre. Nadie tiene porque echar lejos de sí al héroe que lleva adentro, rememoro textualmente una máxima del gran Nietzsche que siempre tuve en alta estima, a la cita me refiero.

El otro día alguien -Gonzalo M.- me devolvió la emoción de volver a sentir a mi lado a los Tigres de la Malasia, los guerreros navales y anticoloniales que secundaban al inolvidable Sandokán, el Tigre Supremo. Y yo pensaba en lo bueno que fue haber crecido leyendo los libros del veneciano y no, por decir, de un Verne y su insufrible racionalismo. Salgari, el inmortal viajero inmóvil, nos llenaba la imaginación con ardorosas historias de coraje y valor, hombres valientes y decididos y legendarios junto con el leal Yáñez, un aventurero de ley, un espejo del Corto, y con la bella y nostálgica Mariana dándole un toque de erotismo a la saga de los piratas malayos.

La misma emoción, luego, la encontré leyendo libros de historia naval argentina, paladeando la historia del audaz Bouchard, un corsario de origen galo al servicio de la patria naciente, que fue capaz de dar la vuelta al mundo en su guerra de corso, hacer reconocer por primera vez la declaración de independencia de las provincias unidas rioplatenses al mismísimo rey de Hawái y después cañonear y saquear los puertos de California y medio istmo centroamericano cuyos pueblos encontraron inspiración en el arrojado marino y en la bandera celeste y blanca que enarbolaba.

Lo mismo sucedió con la historia de Vito Dumas, el primer navegante a vela que en solitario circunnavegó el planeta atravesando el mítico y terrible Cabo de Hornos. El perfil del marino fue uno de los primeros escritos de mi vida, un texto lleno de entusiasmo por un verdadero valiente, alguien incontrastable, ejemplar, extremo.

Cuando, gracias a mis padres, dejé de tener al mar como la gran referencia geográfica y comenzamos a transitar las distancias que nos separaban de las montañas, mi mirada se volcó hacia ellas y mis anhelos y mis lecturas también e impactado por la visión majestuosa e irrepetible de la Cordillera de los Andes y de su mole mayor, el Aconcagua, devoré todo lo que encontraba sobre el general San Martín y su épica guerra de liberación continental. De su extraordinaria estrategia, me fascinaba su encuentro/negociación con los indios en lo que la historia conoce como “la Guerra de Zapa”, el cruce mismo del macizo andino que empecé a sentir paso a paso y, siempre hay un motivo, leyendo el libro de Mitre, me enganché, hasta hoy, con la heroica actuación del coronel Pringles ya en la fase peruana de la guerra cuando para no rendirse, él y sus jinetes, se arrojaron al océano Pacífico desde los acantilados del desierto.

El motivo aludido era este: de camino a Mendoza, siempre pasábamos por el sitio donde Pringles fue muerto en una escaramuza de las miles que sangraron a los argentinos en sus guerras civiles. Luego, con los años, leí que aquel que más honró al finado Pringles fue su vencedor, el general Quiroga, el mítico Facundo, otro Tigre, el de los llanos, y empecé a entender eso del honor y cuando también anduve por los eriales riojanos sentía la presencia inspiradora de aquel que moriría asesinado en Barranco Yaco.

También esos años decisivos, cuando acunaba febriles 13, por intermedio de una amiga de mi mamá, pude conocer y compartir con alguien que clarificó el labrado de mi propia huella, un hombre, un coya, un sabio: Eulogio Frites. Diría Gurdjieff: un hombre notable.[1]

Eulogio fue el primero que me contó de la puna, de su soledad y su desgarro por una batalla inmoral en las pampas de Quera, de los hombres y mujeres que murieron por defender su cultura y su tierra, del ocultamiento de la historia, de la necesidad de memoria, de la dignidad de la lucha.

Ya estaba encendiéndome. Ya podía empezar a vivir mi propio poema conjetural y existencial, ya podía empezar a vivir un cuento, mi cuento.

Dedicado al futuro


Pablo Cingolani
Antaqawa, 27 de septiembre de 2022

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[1] Vale que lo anote: un par de años después, mi madre me invitaría al cine a ver la película de Peter Brook sobre el místico ruso.



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