Huele a peligro


Márcia Batista Ramos

A veces, sólo a veces las guerrillas duran casi veinte años o veinte años, como la guerrilla librada entre la junta militar etíope, conocida como Derg y los rebeldes antigubernamentales etíopes-eritreos. No sé porque pienso en eso. Tal vez, el hecho de saber que no puedo ir de una ciudad a otra, como hago con frecuencia, me está causando una angustia claustrofóbica propia de un prisionero. Horneo pan, galletas, empanadas y todo lo que es rico y engorda, pero el día pasa lento como una meditación japonesa y lo único que sé es que los bloqueos continúan.

Antes ya había tenido una experiencia similar, pero, esa intuición maldita que presciente una guerra civil, no existía. No sé por qué, ahora es diferente. Pienso que de una manera u otra van a cambiar las cosas y de ésta vez, será para peor. La verdad, es que ahora los personajes involucrados en estos incidentes son otros, movidos por extrañas pasiones o taras que producen asombro ante los rehenes, que son las mayorías, los ciudadanos de a pie como el hombre que pasa por la calle, la mujer que vende o el niño distraído que regresa de la escuela de la mano de su madre…

Hoy, todos somos rehenes. Es obvio que no todos perciben el hecho, porque su rutina aún no está alterada. Los bloqueos son apenas en las carreteras, las ciudades están sitiadas, por eso el terror no se apodera de todos.

Los gitanos estarían horrorizados, si aquí concurriese gitanos. Por las noches, estarían con sus carrozas en círculo y en el centro habría una hoguera donde un hombre con una argolla en la oreja y una pañuelera cubriendo el pelo, tocaría en el violín una música triste que recordaría los siglos de esclavitud. Los gitanos, al igual que nosotros, los afroamericanos, siempre tendrán una tristeza en la mirada, porque en nuestras venas corre el dolor de la injusticia que representó la esclavitud. El caso aquí, es que mientras un gitano tocase en su violín melodías tristes, los otros hombres, también alrededor de la hoguera, mascarían su profunda preocupación en un silencio sepulcral. Algunos con la mirada fija en el fuego elevarían, mentalmente, una plegaria aprendida en la lejana infancia, para su adorada Santa Sara Kali.

Un contingente policial fue emboscado el miércoles por bloqueadores. Inmediatamente, uno de sus dirigentes, a buen resguardo, dijo que, “Estamos listos para resistir hasta las últimas consecuencias”. Fotografiaron “una escopeta en uno de los bloqueos”. “Los puntos de bloqueos aumentan”. Y la crónica triste de las horas tristes, sigue inundando los periódicos de noticias cobardes.

Aun así, la gente que cierra el paso, parece que no tiene mucha convicción de lo que hace, parece que les mueve algo de dinero, porque sin convencimiento hablan cualquier cosa frente a las cámaras que, normalmente, evitan. Realmente parece que interpretan los papeles que les cayeron en las manos, nada más. Me recuerdan al hombre de lata, que no tenía corazón…

Nadie puede ir o venir en uno de los países más pobres y atrasados de Sud América, como resultado del régimen de “haz de cuenta”, que trata de convencer a sí mismo, que todo es una maravilla como en el “País de Nunca Jamás”. Por algún motivo que no sé explicar, lo común de la gente, espera que, de súbito, similar al tornado que aparece en El mago de Oz, las cosas cambien para mejor. Pero, otra vez, esa maldita intuición, me dice que todo puede cambiar para peor, siempre para peor.

Del centro del territorio vienen extraños vientos, si uno se detiene a olfatear se percata que huele a peligro.

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