A Martín Castellano
Siempre que salgo a los cerros, busco señales. ¿Señales, de qué?, se dirán. De algo, de algo que conmueva, de algo que transmita un mensaje que vaya más allá de lo obvio, de lo redundante -para eso, sufrimos a los medios, a los políticos, a la realidad, en suma- y sucede, me sucede, que siempre la montaña emite, despliega, te brinda esas señales: es simple, están ahí.
Hoy encontré una pequeña piedra pentagonal y debo decir: la piedrita es un prodigio. Resulta que la quebrada, tras la intensa lluvia de días pasados, estaba toda estallada, revuelta, toda cambiada. Ese es el sino de las montañas: siempre están mutando en su aparente inmutabilidad. Es la paradoja de la piedra: nunca descansa, siempre está rodando o embelleciéndose, cada vez más. Esa es, lo repetiré mil veces más, la virtud, el arjé montañés: el devenir perpetuo siendo siempre ella misma. Esa es la Gran Señal: es la razón de ser de nuestra existencia con esas moles. Los colosos nos incitan en su grandeza, en su majestad, en su tremenda e invencible fuerza. ¿Y la piedrita? ¿Qué tiene que ver con tanta cosa?
Resulta que la piedrita es una síntesis de todo eso, pero a su manera. Imaginen el huayco, las aguas que bajan turbulentas, llevándose todo a su paso, río revuelto, un vendaval arriba y abajo, las piedras danzando enloquecidas y, de repente, esta, la piedrita, en medio de ese caos líquido, que lo arrastra todo, que desata todas las energías naturales juntas, va y se incrusta en un alero de las paredes de la quebrada, va y se aferra ahí, se está en medio del marasmo y allí se queda, hasta que la encuentro. Digan si no es una señal.
Una señal de fortaleza: la pequeña piedra pudo ser arrastrada, como las otras, diez metros, diez kilómetros, diez mil kilómetros y tapizar el fondo del Amazonas -la quebrada de marras alimenta, gota a gota, a uno de los principales afluentes del Río-Mar: el Madeira-, pero no fue así: la piedrita resistió, se quedó en el sitio inverosímil donde la hallé y bueno, mi bro, de eso se trata, ni a irse ni a quedarse: a resistir.
Una señal de fe. Digo: ¿de dónde nació la fortaleza de la piedrita? Se tenía fe la piedrita y tenía fe en su fortaleza como piedra. Diría: yo soy de aquí, de esta quebrada, aquí me labré y me forjé como piedrita, ¿para qué rodar como otras piedras? ¿Por qué no puedo aferrarme a lo que quiero, a lo que me nutre, a lo que me hizo piedra? Entonces, con esa fe, esa fe que sólo se concibe desde el arraigo, desde esa raíz indomable, fue que la piedrita decidió incrustarse en el alero y resistir. Sólo la fe, nos libera, nos hace libres.
Y, finalmente, aquí está el resultado de las dos señales combinadas: son una señal del destino, eso que ya está marcado porque siempre fue así y siempre lo será. Pero resulta que los sabedores, los sabedores nuestros, esos que saben de verdad como don Sixto Palavecino, el “violinisto”, el quechuista, del cual me nutro, dice, y dicen esto, tan claro, tan profundo y tan enseñador, dice el Sixto: pero uno también lo elije al destino, lo elije con la fe y la fuerza que uno se procura, con la cual uno lo alimenta y lo cuida, es el destino, pero también es uno con su destino…
Y dicho esto: he ahí la piedrita.
La piedrita,
Y su irrenunciable
Su imparable
E invencible poética
De la fe y de su fuerza.
Pablo Cingolani
Antaqawa, 27 de octubre de 2024
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